Zapatero o la cura de optimismo

 

El PSOE necesita una cura de optimismo que le devuelva la fe en sí mismo y la autoconfianza perdida. Y eso es lo que hizo el otro día el ex presidente del Gobierno y ex secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, en un acto en la localidad leonesa de La Bañeza ante varios cientos de alcaldes y ex alcaldes socialistas de la época democrática. Zapatero, un optimista por naturaleza, intentó inyectar dosis de moral a los suyos. Él fue el último presidente del Gobierno socialista y a él se debieron algunas iniciativas de alto calado social y ciudadano: la Ley de la Dependencia y Educación por la Ciudadanía, dentro de la Ley de Educación. Iniciativas finalmente derogadas o arrinconadas por los gobiernos ultraconservadores de Rajoy.

Sin entrar en valoraciones sobre la crisis interna actual del PSOE, Zapatero dio un apoyo tácito a la gestión de la gestora y dejó claro que la solución pasaba por un congreso, del que el PSOE saldrá fortalecido y consolidado como la única opción de la izquierda española. Zapatero sabe bien de lo que habla. Su salto a la secretaría general del PSOE se produjo en un tenso congreso federal en el que se llegaron a presentar cuatro candidatos para liderar el partido. Él, que siempre ha estado bendecido por la suerte y por el don de la oportunidad, salió vencedor por un estrecho margen gracias al apoyo en última instancia del sector más izquierdista del partido, entonces liderado por un histórico Alfonso Guerra. El liderazgo de Zapatero es, pues, fruto del debate interno, de la confrontación dialéctica, del cruce de intereses y de la votación soberana. Por todo ello tiene autoridad para decir que “se gana cuando se quiere ganar, con la convicción de que este PSOE es un partido ganador” y que “vamos a estar muy bien a partir del próximo Congreso, que nos llevará a ser la mayoría social de España”.

Como presidente del Gobierno tuvo luces y sombras. En su primera legislatura facilitó un gran avance en las políticas sociales a favor de los más desfavorecidos, con la Ley de la Dependencia como buque insignia. Más cuestionado fue su segundo mandado debido, sobre todo, a su incapacidad para vislumbrar y prever los terribles efectos de una brutal crisis económica y financiera que se venía encima y que él, y su equipo, no quisieron o pudieron ver. El retraso en adoptar medidas impopulares agravó una situación, que derivó en la crisis más larga y profunda de la historia reciente de España. Y de aquellos polvos vinieron estos barros en los que aún estamos enfangados.

Con este bagaje, Zapatero es un referente político con credibilidad y prestigio, que tiene muy claro cuál es el papel que debe y puede jugar en su partido: el de aconsejar sin interferir y, sobre todo, ser un motor de rearme moral. Él se ha propuesto el objetivo de que la militancia socialista vuelva a crear en sí mismo, en su historia, trayectoria y en lo mucho que ha aportado a la historia democrática de España. Sin duda, España no sería hoy un Estado moderno, europeo y competitivo en todos los aspectos, sin la decisiva aportación socialista. Y desde este legado histórico, Zapatero quiere que los militantes socialistas regeneren los valores del partido e impulsen al PSOE como un partido ganador e imprescindible en los proyectos de futuro y modernizadores que necesita España.

Y aunque jugaba en casa, los leoneses deben aún a Zapatero un reconocimiento por todas las iniciativas que sus gobiernos impulsaron en la provincia leonesa. Nunca como hasta él,  la provincia de León fue mejor tratada en los Presupuestos Generales del Estado. El impulso modernizador lo puso en marcha Zapatero en su provincia.

 

 

 

 

 

 

 

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