Son estos tiempos convulsos, sí, y malos para la seguridad y saber a qué atenerse. Lo que hoy es cristalino, mañana se vuelve opaco. Los políticos pueden prometer una y mil veces que no pactarán o harán tal cosa que, pasadas unas semanas, hacen todo lo contrario de lo que preconizaban. La incertidumbre como norma, la provisionalidad se hace costumbre y el resultado está siendo vivir como en una pesadilla que no tiene fin.
En la vida cotidiana, esa que no sale en los grandes titulares, la locura se ha instalado en nuestras vidas para quedarse. Hoy puedes ir sin máscara, mañana será obligatorio en cualquier caso. Se retrasan los exámenes finales en tu instituto, pero no pienses en llegar a la EBAU a tiempo, o sí, quién sabe. El caos gana enteros en nuestras calles.
Donde, acostumbrados a manifestaciones y concentraciones contra el anterior gobierno, ahora se extiende por toda España un grito de desesperación de la clase media, que empieza a sumarse a las concentraciones de abanderados de los barrios más singulares de cada capital de provincia. Los pijo progres que ahora cuentan con cargos ministeriales se topan con escraches de los cayetanos y borjamaris.
A uno le provoca repugnancia la denominada batalla de Madrid. El PP ha convertido en símbolo, como el Alcázar, la resistencia numantina que Ayuso y compañía hacen de los gobiernos regionales y locales respectivamente. Madrid da presencia, es la puerta hacia la Moncloa, y eso Casado y Sánchez lo saben. Ni con los datos del CIS se da la vuelta a la tortilla. La guerra sucia, dineros que desaparecen, compras millonarias sin control…Aquí todo vale, el caso es cercenar la imagen pública del cargo de turno sea del color que sea.
Y mientras tanto, en nuestra Castilla y León, el presidente Mañueco comienza a dar signos de prudencia pactando y dialogando con patronal y sindicatos, con portavoces de grupos políticos en las Cortes. A ver si cunde el ejemplo. Como siempre. Castilla y León corazón de una España hecha girones con etarras mitificados hasta la náusea.
En ABC