Se ha hecho de rogar, pero parece que el verano ya está aquí. Llegó así, de sopetón, como una
bofetada de veinte y tantos grados a la sombra de un día para otro. Yo que estoy por la estepa
castellana, quizás noto más este calor que lo que se podría notar en el valle, al abrigo de montes y
bosques que refrescan este estío que ha venido a quedarse.
Parece que una cosa acompaña a la otra y es que ya se empieza a notar en los pueblos de la comarca
una especie de ebullición que tendrá su clímax entre Julio y Agosto, cuando el grueso de los que
están fuera regresen a su patria chica para pasar una o dos semanas, quizás hasta un mes los más
afortunados. Dentro de poco muchos y muchas volveremos a esta verde tierra que nos vio nacer y
nos encontraremos unos con otros, los que ser fueron con los que se quedaron. Veremos a jóvenes
que no conoceremos porque en aquel tiempo en que nosotros éramos los jóvenes ellos y ellas eran
demasiado pequeños como para acordarnos de sus caras. Algunas y algunos se encontrarán con
antiguos amores en la plaza, tomando los vinos, o en la piscina, o a la vuelta de la misa, quien sabe,
y se saludarán, se presentarán a sus respectivas parejas y a sus respectivos retoños y seguramente
pasará por sus cabezas un pensamiento fugaz, como esas estrellas que pasan iluminando el cielo
para volver a dejarlo negro al momento, y la chispa de la nostalgia les hará preguntarse en una
fracción de segundo cómo habría sido la vida si hubiesen seguido juntos.
Es un bonito tiempo el que viene. El verano trae el buen tiempo, el buen tiempo trae más gente a los
pueblos, y éstos se llenan de alegría y vitalidad en estos meses llenos de calor, terrazas, piscinas,
pinchos y fiestas patronales. Y, hablando de fiestas, si antes éramos nosotros los que asistíamos
ojipláticos a toda esa explosión de luces, colores y música que se formaba en el campo de festejos,
hoy son nuestros hijos los que asistirán, seguramente con mucha menos excitación de la que
nosotros hacíamos gala a su edad. No sé si hoy día siguen tradiciones como la chocolatada, los
concursos de habilidad con la bicicleta, las carreras de sacos, las gymkanas, las piñatas… juegos y
concursos que estimulaban nuestros pequeños e inquietos cuerpos. Aunque nada se podía comparar
con la increíble sensación de, al llegar la noche, ir con tus padres de la mano hacia el campo de
festejos, bien limpitos y peinados, con esa inocente ilusión en la mirada, algunos con ganas de
encontrarse con sus amigos para montar en los coches de choque y otros con la secreta esperanza de
poder arrancarle una mirada, una sonrisa, un baile, o, por qué no, un inocente beso a la chica más
guapa del pueblo.
Hace muchos años que no vivo las fiestas de mi pueblo desde la perspectiva de un adulto y
seguramente este año tampoco tenga la oportunidad de vivirlas desde mis 40 años que en nada
cumplo. Lo que sí tengo claro es que, más temprano que tarde, seguiré con la tradición: iré con la
hija que todavía no tengo y con mi mujer al lado, los tres de la mano, hacia esas luces y esos ruidos
que llenarán la estrellada noche estival de este pueblo de montaña que es el mío, y me encontraré
con algún viejo amor que también irá de la mano con su marido y su hijo. Nos saludaremos, nos
presentaremos a nuestras familias y, después de esa fracción de segundo que pasará por nuestras
mentes, dejaremos que nuestros hijos corran y jueguen, que vivan emocionantes aventuras en el
campo de festejos y si la magia del momento lo permite, quizás se darán un inocente beso al abrigo
de sus padres y de miradas indiscretas, rememorando así, sin darse cuenta, aquello que 30 años atrás
habían hecho su madre, la de él, y su padre, el de ella, bajo la estrellada noche estival de este pueblo
de montaña en aquellas fiestas de San Pedro.
Y al fin llegó
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Un comentario en “Y al fin llegó”
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Los tiempos cambian y por desgracia ya no todo es tan bucólico y onírico. Tal vez ahora se sustituya ese beso furtivo por un video pornografico en grupo, o por otro de acoso a un niño gordito o con gafas. Hace tiempo que dejamos de mirar a las montañas, a los valles y a las nubes. Ahora solo hay unos y ceros, cemento, edificios, centros comerciales, luces cegadoras y oscuridad en los corazones. Ese tiempo maravilloso del que hablas, y que yo tambien recuerdo con amarga nostalgia, ha desaparecido como un copo de nieve en mitad del desierto. Es cierto, queda la esperanza, y tal vez sea todo reversible. Pero me temo que a pesar de ser relativamente jovenes, ni tu ni yo lo veremos.