Son días raros, para qué decir lo contrario. Ni en el peor sueño habríamos imaginado un escenario como el que ahora es nuestro día a día. Calles vacías. Colegios cerrados. Familias separadas. A veces la realidad parece superar a la ficción.
Tiempo. Para parar. Pensar. Tomar perspectiva. Abrir los ojos. Observar desde fuera. No se trata solo de pasar por la vida, sino de que la vida pase por nosotros. Llegar a la esencia de las cosas. Disfrutar de lo más básico. Ver todo lo accesorio que nos sobra. Empezar a discernir qué es prescindible en la pesada mochila que a veces nos echamos a la espalda. Entender que si aligeramos su peso, quizá la cuesta arriba sea más fácil de subir.
Me gustaría pensar que estos días raros van a servir para sacar lo mejor de nosotros. A veces me creo mis palabras. Otras veces me las tengo que tragar. Porque la vida, por increíble que parezca, nunca dejará de sorprendernos.
He visto la respuesta masiva ante la llamada de solidaridad de la gente. He visto lo que las personas, unidas, son capaces de construir. He visto la empatía en los ojos de quien prioriza las necesidades de otros antes que las suyas. He visto la alegría sincera de quien aporta lo mejor de sí sin esperar nada a cambio, humildemente, de corazón.
Pero también he visto el oportunismo y el cinismo. Pienso que es triste haber tenido que llegar a esta tragedia para darnos cuenta del valor que tienen las personas que trabajan por y para el bienestar de otros, pero más triste es querer sacar rédito de ello.
¿De verdad es el egoísmo lo que nos mueve? ¿De verdad que lo que nos impulsa y nos motiva es el aplauso y la palmada en la espalda? ¿Buscar en otros los culpables van a solucionar nuestros problemas?
Somos muchos. Muy diversos. Muy diferentes. Muy peculiares. ¿Por qué iba a tener una persona la razón absoluta? ¿Por qué mi opinión debería ser dogma de fe? Ser conscientes de nuestras limitaciones, de nuestros errores, es lo que nos hace humanos. La capacidad de pedir perdón, de reconocer nuestra finitud, de dejar el ego a un lado, de echarle una mano al vecino. Por encima las diferencias, porque una persona es mucho más que el partido al que vota o deja de votar, el equipo de fútbol al que sigue o deja de seguir, el país en el que ha nacido o con quién decide compartir su vida.
Si ver la fragilidad y la vulnerabilidad que envuelve nuestra vida no nos hace mejores, no creo que nada lo haga.
Gracias astorganos por sacar lo mejor de vosotros, ojalá esto no quede aquí. Ojalá que cuando volvamos a llenar las terrazas, a pasear por la muralla, a correr por la Eragudina, a quedar en Taxis, sintamos de verdad lo afortunados que somos y valoremos que nadie es más que nadie. Ojalá que esto nos sirva para crecer como personas y como ciudad. Ojalá salgamos con una buena lección aprendida, no solo la letra del Resistiré. Ojalá que sigamos cuidando de quien nos cuida.
Gracias a los que os habéis quedado en casa. Gracias a los que no habéis podido hacerlo porque vuestro trabajo así lo requería: personal sanitario, trabajadores de centros sanitarios y sociosanitarios, Policía, Guardia Civil, personal de limpieza, de supermercados, de transportes y telecomunicaciones, personas voluntarias… sé que la lista es infinita. Gracias a quienes habéis seguido trabajando desde casa, especialmente a los profesores, por fin muchos entenderán el gran trabajo que hacéis. Y a quienes han tenido a bien desobedecer las recomendaciones, poniendo en juego su vida y la del resto, no os deseo el mal, solo justicia.
Ánimo vecinos. Venceremos.
Volveremos a brindar.
“La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces.”
Ilda Mar Martín Pérez