Vida de Camino

A sus 80 años, Jato, el mítico hospitalero villafranquino, vuelve al pasado para envolverse de magia, tradición y autenticidad y llegar a Santiago junto a su inseparable Irene y un carro tirado por dos burros
ICAL

“Siempre, el día de Navidad, se ponía en la mesa del albergue un plato para el peregrino que va a llegar, por si alguno venía. Y siempre llegaba alguno”, relata, muy emocionado, el villafranquino Jesús Arias Jato, uno de los míticos hospitaleros, quizás el más auténtico, del Camino de Santiago. Un año llegó una mujer inglesa, Allison, el día de Nochebuena, una peregrina con la que cuajó una gran amistad posterior y que hace pocas semanas falleció. “Al entrar, pidió para dormir. Y le contesté que aquí no podía, si no venía a cenar con nosotros, con mi familia, porque ya está la mesa puesta. Cuando vio su plato se quedó alucinada”.

Conceptos como la solidaridad y la hospitalidad por las que Jato es conocido en todo el trazado de la ruta milenaria y que ahora ha querido de nuevo poner en valor realizando el Camino en una vuelta al pasado, para lo que se acompaña de su inseparable Irene García-Inés, en un proyecto cultural que han bautizado ‘Por amor al Camino’, y que empezó con el ofrecimiento para escribir un libro juntos y al final se convirtió en varia iniciativas culturales “para rescatar y mantener a flote la esencia del Camino”. La importancia reside también en hacerlo a falta de unos días para iniciarse el Año Jacobeo 2021.

Pero Jato, con una prótesis en la rodilla izquierda, es mucho más. Fue un 10 de mayo de hace 80 años cuando su abuelo invitó a los peregrinos a castañas, que le cantaron el ‘mayo’, tradiciones hoy casi desaparecidas. “Y todo porque había nacido su primer nieto”, exclama entre risas. “No me acuerdo de la hora que era porque estaba preocupado en nacer”, ironiza, con un recuerdo cómico a Gila. “Debió ser al amanecer. Mi pobre madre, con los disgustos de la Guerra Civil, no tenía leche. Y me pusieron a mamar en la burra”. De eso no se enteró hasta que cumplió los seis años, cuando observaba, literalmente, que aquel animal, nada más que lo veía, corría junto a él. “Cuando la querían quitar, mordía a todo el mundo. No querían que me cogieran”. Ahora, ocho décadas después de ver la luz, se adentra a la Plaza del Obradoiro, calado de esa fina lluvia que empodera a Galicia, que la hace diferente, y que se marca en los huesos. Y todo, tras casi tres meses de aventuras, dificultades y grandes momentos que les han permitido encontrarse de nuevo en una vuelta al pasado.

80 años en los que nunca ha olvidado su amor por el burro, pero que en este diciembre de este maldito 2020 ha alcanzado su culmen para llegar a Santiago con una pareja de estos equinos tirando de un carro adornado con tradiciones charras y cedido por otro mítico del Camino, el cura Blas Rodríguez, de Fuenterroble de Salvatierra (Salamanca). Pero su historia, en esta ocasión, va mucho más allá que la de obrar de nuevo el milagro de la ruta jacobea. Un cuento envuelto de magia, tradición y autenticidad, en un profundo ejercicio de espiritualidad.

Nacido en el Camino, por y para él, Jato forma parte de ese elenco de figuras que en la segunda mitad del siglo pasado reactivó este trazado milenario. Y que muchos calificaron de locos. Ahora, habla del “despertar” del Camino de Santiago para “quitar el miedo a la gente”. “Los auténticos peregrinos tienen remedio en todos los sitios”, dice Jato, quien exclama, con su marcado acento berciano, que es necesario recuperar el espíritu de la ruta, “aquella mística y magia” que lo rodeaba y que se ha alejado, quizás como consecuencia de una masificación que, obviamente en 2020 ha quedado lejos.

Volver a lo auténtico

“En el fondo, la pandemia ha venido bien, porque el Camino ahora volverá a ser auténtico, porque se estaba convirtiendo en solo turismo. Es algo más, es espiritual, sentir la energía cósmica, la de la tierra, la compañía… No hace falta negocio siempre. Vivimos al día. Es como una limpieza para que la gente venga en el sentido más espiritual. Es sagrado”, resopla. Y para ello, se acompaña de su fiel escudera, la joven Irene, protagonista de su propia historia, vinculada al Camino y a Jato en una mimosa relación.

Ella, madrileña con orígenes en Segovia, realza el hecho de “compartir para hacer familia”, una de las esencias del Camino: “Pero estamos en un momento en que lo social está en peligro. Y con ello, esa especie de hermandad que nos une. El sentido de familia entre nosotros es tan fuerte que se teje a base de convivencia y es una red indestructible. El Camino de Santiago genera eso y no podemos consentir que se acabe con ello. Hay que encontrar la manera de conservarlo”, apunta. Pero, continúa, una gran parte lo representa la solidaridad, ese concepto por el que “todo el mundo se presta a dar y, por tanto, a recibir”. “Y entonces se genera esa magia”. Y ése ha sido el faro que ha alumbrado a esta pareja en la ruta, para recorrer, lentamente, el Camino en otoño, con una media, incluso, de cuatro o cinco kilómetros diarios. “Lo que se hace en una semana desde Villafranca nosotros hemos tardado meses”, incide la artista, una nómada y “agitadora cultural”, creadora del Laboratorio La Maya Lab, cuya labor principal es ayudar a generar un mundo más creativo, “y por tanto más libre”, y cuyo proyecto troncal actual es, precisamente, ‘Por amor al Camino’, junto a Jato.

Jesús Arias recuerda, junto a Irene, que su apellido, su segundo, es un título honorario de sus antepasados de Saint Jean Pied de Port, que porta con “mucho orgullo” y significa el ‘jabalí que arranca de repente’; definición que le viene como anillo al dedo para hablar de una figura clave en el Camino, que gestiona el albergue Ave Fénix de Villafranca del Bierzo, junto a la puerta del Perdón, y que fue calcinado el 18 de abril de 1990.

Más camino interior y menos folclore

Durante la travesía de las últimas semanas han estado solos, sin más romeros que les acompañasen, hasta que se encontraron con Kässilda, una mujer colombiana que se unió al peregrinaje y que intentaba encontrarse a sí misma y “curar las heridas” por las que sufrió a causa de abusos sexuales siendo una niña: “Me apellido Escobar, pero de las buenas. Vengo a traer luz en el mundo, donde otro puso oscuridad”, justifica para argumentar su entrada en el grupo.

Pero ahora, el “Camino es seguro”, insiste Jato mientras el grupo busca donde alojarse una de las noches, ya cerca del Monte do Gozo. Finalmente pasan la noche en la casa de una mujer que se ofrece fielmente a acogerlos. “En 2021 vendrá gente, pero hay que tener precaución y no tener tanto miedo”, desliza este ágil octogenario, quien asegura no creer en la vacuna frente al COVID-19. “Hay como una mano y una energía misteriosa diabólica”, califica Jato, quien cree que la pandemia en el “fondo será una purificación para la ruta, pues dejará fuera al turismo de juerga y traerá a los peregrinos de verdad, de volver un poco a lo de hace tres décadas, pensar en el ‘camino interior’ y menos en el folclore”.

Por ello, ya cerca de Santiago, en una nueva ocasión en la que terminará el Camino, asegura que estar con los peregrinos “es hacer por los demás, porque si no, no lo harás por ti mismo”. “Compuse una poesía cuando me prendieron el albergue”, y se arranca a cantarla: “El que a mí quiso quemarme, otra vez se confundió, seré como el Ave Fénix, será un refugio de amor, será lo que nunca muere, será energía de Dios”.

Su abuela siempre decía que acoger a un caminante era “recibir al Cristo viviente, porque iba santo y santificaba la casa”. Si con seis años se enteró de que había sido amamantado por una burra, fue un año después cuando un peregrino francés le enseñó a “colocar los huesos y tendones y a visualizarlos”, otra de sus inquietudes, sanar al caminante que llega a su albergue.

A día de hoy, Irene es la clave de Jato en el Camino, la lámpara que le ayuda a seguir. Su fuerza de voluntad por llevar a cabo un proyecto en el cree, junto al hospitalero, la impulsó incluso a impartir un máster en Creatividad, desde el móvil, mientras realiza el Camino. También tiene su opinión acerca de ese regreso al pasado y retomar la autenticidad y mística. “No decimos que se acabe el turismo, sino que se entienda el sentido iniciático. Está antes el peregrino que el turista. Muchas personas vienen a hacerlo y ni siquiera saben ese sentido. De ahí nuestro proyecto para rescatar la esencia espiritual del Camino, mantenerlo a flote entre toda esa turbulencia actual”, justifica, ya cerca de alcanzar Santiago, donde al grupo le espera una última sorpresa antes de atacar el casco histórico compostelano.

La historia de los burros

Jato e Irene no se complicaron mucho a la hora de nombrar a sus burros. Comenzaron con Óscar I, quien prestó un amigo de Bembibre, pero que era “algo pachorro” y al llegar a Sarria (Lugo) “no podía caminar más y se quedó allí”. “Entonces, se obró el milagro”, ratifica ella, pues allí, ya tarde, con toque de queda y en un pueblo casi desierto, apareció un camión “gigante que había traído un tratante de caballos” y empezaron a desfilar burros “de todos los colores” que iban para salchichones a Bélgica. Era 1 de noviembre y la pareja adquirió por 500 euros a Óscar II, un animal que “tiraba y tenía mucho brío”. “No dábamos crédito. Y nos dimos la mano”, rememora la artista.

Con la ayuda del segundo animal, y después de recuperar al primero días después, al que fueron a buscar con su vehículo apropiado, este peculiar peregrinaje se disponía a acceder a Santiago, tras librar “algo tan básico, sencillo y primitivo como caminar”, que para ellos se convirtió en un “acto revolucionario y una especie de proclama de libertad”.

Faltó poco para arruinar el proyecto

La idea principal era llegar frente a la Catedral e interpretar una performance sobre un Belén viviente, para lo que necesitaban ambos burros. Una escena en la que Jato haría de San José, Irene de la Virgen y Kässilda, de niño Jesús. Ya con los animales y a las puertas de la ciudad, el espectacular y visual convoy y un Jato embargado por la emoción son parados por agentes de la Policía Local, quienes les señalan que no pueden pasar con los animales, momento en el que parece que todo se puede ir al traste.

“Nos vamos a la Concejalía a negociar”, le espeta Irene a Jato, quien se queda al cuidado de los burros en un parque donde los animales pastan y se prestan para ser fotografiados por los niños que a esas horas salen del colegio Ella y Kässilda convencen al Ayuntamiento del proyecto que están desarrollando. “El Camino es libre”, recuerda Jato mientras espera. La llegada del taxi que traslada a las mujeres es recibida con un gran abrazo por parte del emocionado hospitalero.

Atravesar el caso histórico compostelano para Jato, con dos burros y un carro, es un nuevo capítulo más en su vida. Le aplauden, le vitorean en Reyes Católicos a pesar de la continua e intensa lluvia. Al llegar, se detiene y besa el suelo, esos antiguos adoquines del Obradoiro que tantas veces ha palpado con las yemas de sus dedos. Y se abraza a Irene y a los dos burros.

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