Ver a Dios

Hoy, se habla de deportes, de política y, muchas veces, de religión.

Algunos se confiesan agnósticos. Del libro de la Sabiduría es esta
frase: _”vanos por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a
Dios; los que, a partir de las cosas visibles, no fueron capaces de
conocer a «Aquel que es», y al considerar sus obras, no reconocen al
Artífice”_ (13, 1). Mas, cuando uno no quiere creer, siempre encuentra
excusas.

¿ Nos extraña el argumento de los que dicen que no creen porque no han
visto a Dios? Yo no veo el aire; pero percibo sus efectos. Unos notan,
en su interior, la presencia divina y otros quieren ignorarla, o la
buscan fuera, estando dentro, como diría San Agustín. Ver a Dios es la
bienaventuranza reservada para los limpios de corazón; o sea, para los
sencillos y los castos, para los que son compasivos y están libres de
egoísmo. Dios no es materia, y lo captan los que saben elevarse sobre
ella. Ni en esta vida ni en la otra, vamos a contemplar a Dios en
figura, porque Él es espíritu puro; mas la percepción de su divina
esencia, amorosa y sublime, arroba el alma de los bienaventurados.
Aquí, en la tierra, Dios enamora el alma de los místicos, separados de
Él, sólo por la cortina de un velo. _“ Amor, ¡qué corta es la
eternidad para amarte!”_ prorrumpió André Frosard, periodista y
escritor, al abrirse sus ojos al misterio tras larga noche de
indiferencia y ateismo.

Josefa Romo

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