Ocho de la mañana. Campo de Tiro del Teleno. Plena Maragatería con un frio del tres. Un autobús de esforzados periodistas entre los que nos encontrábamos un equipo de Telemadrid. “Prohibido acercarse al Príncipe. Prohibido preguntarle cosas. Prohibido temas de novias y esas cosas que ahora están preguntando continuamente. Prohibido…” Y en esto se oye un vozarrón que dice desde el fondo del grupo de la prensa: “¿Y entonces, para qué coños estamos aquí desde la madrugada. Se podrán hacer fotos al menos no?” Miramos todos hacia atrás y era nuestro querido Norberto, gráfico del Diario de León, con su peculiar cabreo crónico que aunque algunos sabíamos era pose, defensa, pero en este caso tenía toda la razón. Carcajadas. El oficial militar carraspeó y se calló. Lo de prohibir no nos gusta a los plumillas nada de nada. “Está con una sueca o americana, una tal Sharon, decían”. “Sí Sharon Stone, no te digo, Eva, Eva Shanum, se llama. Lo está espabilando bien”. “Que no, que su novia primera y la de siempre era la Sartorius”. Entre pim pam pum, cohetes que Dios te crió contra el Monte Teleno recorríamos los puestos militares escuchando o participando en esas cuestiones tan estúpidas a mi torpe entender.
Pocos años después, en el Madrid de hace una década la noticia corrió como una bomba. “Leticia, es Leticia la que está con el Príncipe”. “No fastidies. ¿Leticia, la de Urdaci? Estábamos en un restaurante japonés de moda. Yo no entiendo cómo puede gustar tanto la comida japonesa. En una bandeja de madera requetefregada nos presentaban infinidad de pequeños departamentos y cuencos diminutos con las viandas con sabor a mar que, a decir verdad, no me agradaban nada. El saque y una cosa que parecía a los garbanzos de pico pardal maragatos fue lo único que terminé.
Y claro, el tema de conversación a partir de entonces fue Leticia, la que hoy es Reina de España. Algo que ninguno de los que la conocieron firmarían ese futuro de cuento de hadas para la presentadora de los telediarios de la uno. “Me acuerdo cuando terminó la Carrera. Era compañera en ABC, corresponsal en régimen de colaboradora fija en RivasVaciamadrid”, explicaba mi hermano de aventuras periodísticas del Foro. “¡Y pensar que he llevado en mi Simca a la futura reina de España!” , me decía entre sorpresa y risas. Como mi amigo tenía “mano” en ABC de Madrid, Leticia le pedía ayuda laboral para desembarcar en la Redacción. Pero ABC es un periódico con solera y tremendamente serio. Se podría colar algún recomendado, pero a la larga, sólo los que dan la talla se quedaban. Doy fe.
En esos días la Casa Real con la discreción característica llamaba a todos sus altos contactos en todos los medios de comunicación para que toda foto, información o cualquier detalle de Leticia y su pasado fuera tratado con rigor periodístico huyendo del amarillismo que tanto perjudica a nuestra grey. Sería mentira si hablamos de censura, o censura previa incluso. Más bien era recordar a alguna mente de chorlito que Leticia era la novia del Príncipe y que el compromiso inminente la haría una persona con tratamiento mediático intenso por lo que se pedía profesionalidad. Acto seguido, entró la hueste periodística en acción. El rumor, el comentario…”Se fue a Méjico por el Doctorado”. “Que no, que fue un máster”. Lo que vivió ese tiempo allí queda para ella y su vida. Pero la leyenda comenzó para bien o para mal.
Luego estuvo aquello del máster con prácticas en Canal Plus. Curiosamente su primer matrimonio fracasó y se le apunta un romance con su profesor de máster, que a la postre las malas lenguas la ubican en la entrada como presentadora, esto es, busto parlante, en Canal Plus. Otros simplemente nos cuentan que era ambiciosa, profesional, testaruda y hasta que no consiguió quedarse en al cadena no paró. Se ganó la plaza porque venía de unos años postuniversitarios bastante duros laboralmente y emocionalmente.
A partir de ahí Leticia Ortiz, doña Leticia hoy, ya fue un rostro popular. La gran pantalla tiene eso. La popularidad. Ya puedes escribir los mejores reportajes del mundo, los más sesudos artículos de tal o cual género que ganarás cuatro euros. Pero la tele, ah, la tele, la tele mueve el mundo. Eso lo saben los yanquis desde los años 50 y siguen siendo unos maestros.
Y llegó la petición de matrimonio. Esta vez nos pilló en una tapa castiza de cañas y calamares. ¿Por qué las cañas de Madrid son más frescas, ricas y los calamares con un rebocito tan sabroso? Ahí sí que me puse bien. En esta ocasión nos acompañaba un técnico de la Dirección General de Comunicación en la que nosotros trabajábamos. De Gallardón a Aguirre. Podíamos escribir algún día un libro sobre la trastienda de la Comunicación Oficial. Lo mío es deformación profesional. Ayer en el Consejo del Bierzo, con lo del Banco de Tierras, comprobaba atónito cómo tres amigas de prensa de diversos estamentos no hacían nada por ofrecer sillas que había vacías arrinconadas tras una puerta en la misma sala a los periodistas que tenían que escribir de pie. Los micros de acá para allá en la mesa, levantando a los presidentes de Diputación y Consejo…Existen diversas fórmulas para solucionar esos pequeños detalles. O como esa Gala de la semana anterior, donde los cargos públicos hablaron en perfecto desorden según el protocolo marca….Reconozco que me vence el entrenamiento duro y tengo que relajarme más, que para eso estoy aquí…
“Pues yo creía que estaba con Urdaci, su jefe”. “Mira que eres burro. Le podrá gustar, pero el salto a la tele pública o dio por otro lado. Ahora quedó claro”. “Pues yo creo que ha hecho bien. En el Plus no pega si sale con el Príncipe, son republicanos de izquierdas a morir. No la dejarían entrar en la Casa Real con esa vitola”. Los relaciones publicas y gente afín a la Familia Real invitan a un montón de personas para hacer clá en saraos varios de sus vástagos. Leticia, entró en un círculo madrileño habitual en los lugares de alterne y ocio donde el Príncipe de vez en cuando aparecía con sus habituales. El caso es que, fortuitamente o no, se encontraron y se gustaron.
Meses después suena el teléfono. Me llaman de la Consejería de Presidencia de la Comunidad de Madrid, a la que hace pocos días dejé de pertenecer. “¿Te interesa trabajar de prensa del Restaurante Jockey. Con tanto jaleo por la boda de los Príncipes tienen invitados todos los días y prensa apostada que hay que atender?” Mi excompañera me pasó el curro por si estaba en el dique seco hecho polvo. Pero lo cierto es que llegué a casa, a Ponfe, tremendamente cansado de la etapa madrileña. Tenía planes mucho más modestos y uno de gran calado: recuperar la vida con mi hijo de cinco años al que a penas había visto crecer en ratos muertos los fines de semana. “No. Ni por todo el oro del mundo vuelvo a Madrid de continuo. Si eso a cosas esporádicas, pero mi residencia no será Madrid. A lo sumo Valladolid como antes, pero no más lejos de casa”, le contesté. Desde entonces, me han hecho otras propuestas, mejores y peores, pero siempre he respondido lo mismo. Ví la lluviosa boda por la televisión sin ser uno de los cientos de “plumillas” que directa o indirectamente trabajaban con denuedo todos esos días. Cuando regreso a Madrid, bien por ocio o por negocio, aprovecho y me pongo al día con mis viejos camaradas de armas periodísticas. Tiro de agenda. Hoy, ante la Coronación de Leticia, la periodista asturiana guapa y ambiciosa que conocimos hace más de una década, me parece otra, como sacada de una película. Se la ve feliz en su nuevo rol. Pues a ver si hace algo por sus antiguos compañeros de profesión que falta nos hace….Ah, y enhorabuena.