Es el día de las votaciones, de la llamada Fiesta de la Democracia. Muchos no sabrán lo que ha costado que en España se haya llegado a estos niveles de libertad, con sus muchos fallos, por supuesto. La generación actual ya no ha vivido una guerra, ni tampoco esos largos 40 años de “democracia orgánica”, esto es, por estamentos. Aquellos: Familia, Trabajo y Municipio. Una deformación del nacionalsindicalismo, con dosis de Carlismo y otras de deseosos del régimen bajo un Reino. Lo cierto, y para no perdernos por otros derroteros, España se administró como un gran cuartel con lo bueno y lo malo que supuso.
Hoy es día de participar, de hablar a quién se quiere en cada institución. Paz y ánimo al voto, es la consigna de todos los candidatos que sucesivamente van a lo largo del día pasando por su colegio electoral.
Y así debe ir transcurriendo el día. Los porcentajes de participación, las anécdotas -siempre las hay- y la “noche electoral”. Hoteles, sedes de campaña, hasta bares son los elegidos para ir recibiendo la información de interventores y apoderados de cada partido. Cifras que deben casar con las oficiales. En España seguimos en formato papel la votación. Pero lo cierto es que poco a poco se va imponiendo en otros países el voto electrónico. Es la revolución digital. Otra cosa es lo que pasó con Bush hijo y el recuento de Florida, donde gobernaba su hermano Jef, ¿recuerdan? Votos que no cuadraban en papeletas físicas con las de los ordenadores. Curiosamente cierta empresa de sotware informático tenía relaciones societarias con la famiia Bush. Siempre hay que estar atento y vigilante, y ese papel también le corresponde a los medios de información.
Desempolvo aquí los recuerdos de la noche electoral, la primera en que ganó Bill Clinton, del partido Demócrata, al padre de la saga Bush. Los americanos se lo toman como una fiesta con canapés y refrescos mientras sigues en grandes pantallas los resultados y las opiniones especializadas o de los propios líderes. En España, quizás menos sofisticado, vamos camino también de finales festivos o de cortejos pseudofúnebres. Pero siempre hay que dar la cara, por una cuestión de respeto a quien ha depositado su voto, su confianza, en tí.