Me gustan los debates electorales, lo confieso. Creo que son la salsa de las campañas electorales. Me gustaría que hubiera más y con distintas fórmulas. Pero a la democracia española le falta aún mucho recorrido y con un único debate nos damos por satisfechos. Y no se trata de buscar en los debates la fórmula mágica de fierabrás. Un debate rara vez sirve para definir el ganador de unas elecciones, pero sí para que el elector pueda aclarar ideas, posiciones y, sobre todo, sensaciones. Y emociones.
En el debate de anoche quedaron pocas cosas claras, pero sí algunas:
1) la dureza del candidato del PSOE, Pedro Sánchez, no tanto contra Rajoy, que era lo normal y lo esperado, sino contra Iglesias, el candidato de Unidos Podemos. Sánchez se lo ha jugado todo para ganar el liderazgo de la socialdemocracia. Ha cortado todos los vínculos con Iglesias y con ello ha colocado todos los huevos en una única cesta. Le va en ello su futuro político.
2) Rivera y Sánchez han practicado una beligerancia moderada entre ellos, lo que significa que sigue vive el pacto PSOE-Ciudadanos.
3) El enemigo a batir ha sido Rajoy, quien mantuvo la dignidad y la compostura en el asunto de Cataluña y en los temas económicos, recurriendo a la consabida herencia recibida, pero se vio claramente desbordado y batido en el resto de los asuntos, sobre todo fue noqueado en lo referente a la corrupción y en los temas sociales.
4) Iglesias es el mago del uso de los tiempos y de la imagen y su apelación a los sentimientos y a las emociones es de manual de ganador.
5) Rivera aprovechó su minuto de oro para actualizar el mensaje kennediano de reforma y renovación en una intervención mirando directamente y de forma seductora a la cámara, a los ojos de los electores.
6) A Iglesias le salió la vena orteguiana cuando, dirigiéndose a Sánchez, le recriminaba que el rival no era él sino el PP de Rajoy.
Y 7) todos coincidieron en algo fundamental: el 26J no habrá mayorías absolutas.
Y desde ese reconocimiento de lo fundamental, el debate no aclaró la gran duda: la política de pactos tras el 26J. Y no se aclaró porque todos aspiran a tener un voto más que su rival inmediato. Solo los extremos, es decir PP y Unidos Podemos, lo dejaron bien claro: Rajoy propone una gran coalición PP-PSOE y Ciudadanos. Iglesias, por su parte, sigue tendiendo la mano al PSOE con una coalición de izquierdas.
Sánchez es el candidato que más tiene que perder. Si el 26J tiene un voto menos que Unidos Podemos se verá obligado a dimitir y dejar en manos del Comité Federal de su partido la gobernabilidad de España.
Rajoy debería hacer lo mismo si su partido tiene menos votos que en el 20D, lo que sucederá en cambio, es que se anclará en su consabido dontracredismo y justificará su fracaso personal en que su partido habría ganado las elecciones. Un triunfo pírrico. En este sentido, el PP está bloqueado por su absoluta falta de democracia interna, lo que claramente perjudica a la gobernabilidad de España.
Las encuestas desvelarán hoy el ganador del debate de anoche, pero ya está claro que el único ganador ha sido el elector, el ciudadano, quien ahora dispone de elementos suficientes para meditar el sentido decisivo de su voto el próximo 26J. Para eso sirven los buenos debates. Y el de anoche lo fue.