Un año de coronavirus: algunas cosas que desconocíamos

Ha pasado un año. Un año de pandemia. Ahora ya sabemos qué es eso, antes solo estaba en los libros y las películas distópicas. Revisando el diario que escribí durante el primer confinamiento, unas notas improvisadas mientras recorría el Madrid desierto o seguía con asombro los largos sermones audiovisuales del presidente del Gobierno, confirmo esa impresión que nos ha acompañado desde aquel primer estado de alarma por el coronavirus. La sorpresa. Tal era el despiste temporal de aquellos meses que confundí los números de las entregas del diario: así están publicadas.

Sorpresa

Sorpresa entonces al vernos de repente encerrados en casa. Acompañada de la extraña, inquietante, sensación que producían los espacios públicos vacíos. Todo comenzó a ser a través de las pantallas: ver la tele como antes, las reuniones de amigos o familiares, las clases telemáticas. Ha pasado a ser una costumbre. Recordando a Eugenio d’Ors (“En Madrid, a las ocho de la tarde, das una conferencia o te la dan”), ahora te dan un webinar, a cualquier hora. Porque lo virtual, como la comunicación a través del móvil o el teletrabajo se supone que puede ser en cualquier momento. Se acabó la división del tiempo. Eso sí, además de a dominar las reuniones telemáticas hemos aprendido a lavarnos bien las manos. Y a cocinar también, al menos algo. Y hemos descubierto que trabajar siempre desde casa es cómodo, pero puede ser muy aburrido.

En aquellas primeras semanas se especulaba mucho con las posibles nuevas olas de covid-19. Y con las vacunas. Seguimos sin saber si llegarán nuevas olas y dudando de las vacunas, sobre todo de algunas.

Epidemia política

Lo más deseado, decían las encuestas, era poder volver a un bar. Por eso se deben haber empeñado en cerrarlos. Excepto la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lo que la ha convertido en una estrella capaz de suscitar los mejores y peores comentarios en toda España. También aparecía entre los grandes deseos ir de compras, pero para eso tenía la solución Amazon. Total, para que muchos vayan del chándal al pijama, y a veces sin que se pueda distinguir uno de otro.

No entendimos al principio las reglas de confinamiento y no las entendemos ahora. No podemos salir de la Comunidad, pero sí pueden venir los extranjeros. No se podían tocar las manillas de las puertas, había que llevar guantes, desinfectar todo y resulta que era lo que ahora se llama “teatro pandémico” (Zeynep Tufekci, 2020), vamos, postureo ante la falta de certezas. Una forma de hacernos responsables de lo que pasara para encubrir el despiste de las autoridades.

Hemos discutido mil veces sobre cuál era la solución, tantas y ninguna, y producido incontables estudios (unas 350.000 publicaciones científicas) sobre las consecuencias sanitarias –tras el fracaso en la detección temprana y la inicial falta de medios de protección–, económicas –un desastre– y hasta psicológicas de la pandemia.

Ya no sé si pensar que los más afectados han resultado ser los políticos, sobre todo a la vista de lo sucedido durante este año… o incluso en los últimos días. Como nos han visto todo el día delante del televisor y jugueteando con las redes sociales se han pasado a protagonizar una telenovela, un meme. Luchar contra el bicho es aburrido, no hay manera de acabar con él y solo genera malas noticias. Por eso han decidido dedicarse a las mociones de censura y las elecciones. Elecciones se supone que es lo que sabe hacer un político, pero también se entiende que es para ganarlas y después poner en marcha algo que gran parte de la comunidad estima como necesario. Ahora parece que se trata solo de ganarlas y no hacer nada, no se lo vayan a echar en cara.

Antropausia

Hemos descubierto que somos vulnerables. A los políticos incompetentes e irresponsables tanto como a los virus.

Lo que no ha cambiado es que nos queremos olvidar del número de muertos –excepto los que no pueden– y resulta difícil hasta decirlo si lo pensamos: camino de 100.000 fallecidos. Y borrar las tremendas escenas vividas en hospitales, residencias y tanatorios. Y tratamos de no ver las otras víctimas, las del colapso económico. Y las indirectas, tantos enfermos sin atender.

Según Marilynne Robinson todo esto es antropausia. Otro término para el nuevo vocabulario de la pandemia. Una pausa, ya veremos de qué duración, en el –creíamos– imparable camino de la especie humana dominando la Tierra, sin reparar en gastos.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM_ALONSO

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