Treinta y tantos años después

Periodista astorgano es, entre otros cargos, Jefe de Informativos de Antena Tres Media.

                  Comencé a escribir en un periódico cuando los Panero protagonizaban El desencanto. Y vuelvo a hacerlo cuando acaba de desaparecer el único protagonista de aquel docudrama que quedaba en este mundo, aunque fue el primero que se perdió en él: Leopoldo María Panero.

                Astorga agasajó y vilipendió a esta familia tanto como ellos a la ciudad, pero fueron los últimos que la pusieron en la lista de lugares con pretensiones  de ser algo más que un desvío en una autovía.          

Quién va a hacer ahora ese papel. Se necesita urgentemente alguien poderoso -y a ser posible algo cosmopolita- que tenga ganas de caciquear, alguien que salga en el Hola con frecuencia o alguien -aunque sea algo canalla- que ponga la elegancia culta de la que alguna vez se hizo alarde por aquí.

                Astorga siempre ha tenido valedores en Madrid, personajes con nombre en la capital y alfombra en la ciudad. Ellos decían lo que había que hacer y de paso alardeaban de lo mucho que se les debía. Yo todavía conocí aquella época. Los de Madrid marcaban el rumbo. Ahora desconozco si es así. O si ya no hay nadie con ganas o poder suficiente para hacerlo. Desconozco si los de Astorga, los de todos los días, han podido decidir qué quieren hacer con su ciudad. No sé si se han podido librar de esa especie de despotismo ilustrado que padecen o disfrutan casi todos los lugares decadentes. O si lo han sustituido por influencias más cercanas.             

                Con o sin tutelaje, de aquellos años a hoy han pasado muchas cosas. Lo más doloroso es que se han ido acumulado las esquelas en las puertas de los bares. Parte del centro se ha hecho peatonal, o algo así. Al ser ciudad conjunto histórico-artístico se consiguió construir casas nuevas, pero que parezcan ramplonamente antiguas. Y otra genialidad: primero se destruían las ruinas que se encontraban cuando se excavaba para hacer nuevos cimientos, para a continuación alardear de que en aquel sótano hubo unas termas o un foro romano. Es más, para resaltar el carácter monumental de la ciudad se ha construido delante de las murallas, supongo que como signo de admiración de los ocupantes de esas viviendas hacia los muros históricos.

                Provocaciones aparte, durante estos años, lo que se ha cambiado es el paradigma de la ciudad. Antes era sinónimo de curas y militares. Ahora huele a cocido y cecina. Antes mandaban los uniformes, ahora todos se disfrazan, sea por carnaval, para un circo romano o por recrear una batalla histórica.

                Y dicho lo anterior, para que no me maldigan por terminar siendo un petulante más de los que no viven aquí, añadiré que todos los amigos que aceptan dar un paseo por Astorga terminan encantados y dicen que no han visto gente más animosa, a pesar del frío. Yo sonrío. Es un síntoma de que todo no está perdido. Otro más: nace un periódico cuando lo que abundan son los cierres de publicaciones. Esperemos que sirva para mantener la rica tradición periodística de la ciudad y se convierta en un nuevo lugar donde informarse y polemizar.

Ángel Manuel Alonso Jarrín

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