Tras más de 500 años de destierro

Las Cortes Generales ultiman una ley que otorgará la doble nacionalidad a los sefardíes, 500 años después de la expulsión de los judíos, muchos de ellos de León, Salamanca o Ávila

Foto: Peio García

Juan López Vive marcada por el dolor y el sufrimiento de sus antepasados. Con su acento hebreo, recuerda esa injusticia, pero no guarda rencor, como “casi ningún” sefardita en la actualidad. Ha pasado medio milenio, poco tiempo para muchos judeoespañoles, desde que los Reyes Católicos expulsaran a los judíos con la ayuda de la Inquisición. Quizá por eso Margalit Matitiahu, sefardita con raíces en León pero residente en Tel-Aviv, apuesta por la confraternidad para olvidar un episodio que se inició con el Edicto de Granada: “No hay otro sentimiento en el mundo como el de los judíos sefarditas y su amor por su madre tierra, España. Hemos mantenido la lengua durante más de 500 años”.

Los millones de descendientes de los que fueron expulsados, con un lejano origen en España, viven ahora en Israel, Centroeuropa y Latinoamérica. Aún se consideran parte de esta tierra, Sefarad, a la que han vuelto como forasteros, pero que nunca dejó de ser su casa. Margalit viaja tres o cuatro veces al año a España gracias a su trabajo. Es una prestigiosa escritora israelí en hebreo y ladino y su labor está enormemente reconocida en el colectivo sefardí. Sentada, espera en el hall de un céntrico hotel de León, con gesto interesante, como interesante es la historia que porta en su interior. Pocos como ella saben todo lo que rodea a un sefardita cuando visita España. Es una de miles, de cientos de miles, que se podría decir que han regresado.

Para simbolizar la corrección parcial del capítulo de 1492, el Gobierno actual aprobó una ley, que se encuentra en trámite parlamentario, que otorga la doble nacionalidad a los sefardíes, residan donde residan y siempre que acrediten ante notario la veracidad de los documentos que presenten, como el origen de sus apellidos, su conocimiento del ladino y otras pruebas de vínculo con España. Se estima que se atenderán unas 90.000 solicitudes, aunque en Israel, por ejemplo, hablan español entre 200.000 y 250.000 personas. “Es una buena noticia, aunque hayan pasado 500 años”, ironiza la poetisa.

Castilla y León será, tal y como señala Matitiahu, uno de los territorios con mayor acogimiento de nuevos españoles. No en vano, cuenta con numerosos vestigios y barrios judíos en casi todas las capitales. De hecho, León, Ávila y Segovia forman parte de la Red de Juderías de España, Camino del Sefarad.

Apellidos españoles en los Balcanes

Tras el Holocausto, los padres de esta “leonesa”, como ella se considera -una plaza de Puente Castro lleva su nombre-, se establecieron en Israel procedentes de Salónica, donde los que se quedaron fueron exterminados, entre ellos “muchos familiares”. En tierras griegas y balcánicas, recuerda, se instaló la mayoría de los sefarditas tras la expulsión de 1492. Allí se formó la comunidad judía y eso influyó en el área del entorno. De esta forma se creó “una pequeña isla española” hasta 1515 en la que predominaban los apellidos Dueñas, León, Gaitán y de Castro, entre otros.

Los descendientes de la diáspora de 1492 y su entrañable amor a España dejaron el poema de la ‘Madre bienquerida’, que los sefardíes clavaron en las puertas del exilio, junto con las llaves de las casas españolas donde habían vivido desde tiempos del emperador Adriano, esperando regresar un día a ellas.

La propia Margalit Matitiahu recita en castellano para Ical este poema en el centro de la ciudad leonesa: “A ti, España bienquerida, / nosotros madre te llamamos / y, mientras toda nuestra vida, / tu dulce lengua no dejamos. // Aunque tú nos desterraste / como madrastra de tu seno, / no estancamos de amarte / como santísimo terreno, / en que dejaron nuestros padres / las cenizas de millares / de tormentados y quemados. // Por ti nosotros conservamos / amor filial, país glorioso, / por consiguento te mandamos / nuestro saludo glorioso”.

La propia poeta israelí destaca que la lengua se mantuvo, probablemente, porque en la segunda y tercera generación de los descendientes de los expulsados debió de producirse una ‘koiné’, es decir, una lengua estándar que era producto de esa mezcla de distintas variedades lingüísticas iberorrománicas; la base era el castellano de finales de la Edad Media en su variedad meridional. “De ahí nació el judeoespañol o lengua sefardí con sus distintas variedades, que desde el siglo XVI se desarrolló y evolucionó de forma independiente con respecto al español peninsular y americano”, comenta la escritora.

Cada vez que ha recalado en España lo ha hecho con un permiso de residencia. Ahora lo podrá hacer de forma permanente para seguir con su trabajo, pues ha realizado documentales de las ciudades de León o Toledo, entre otras, con la colaboración de su hijo Jack, director de cine y fotógrafo.

A los 16 años empezó a escribir en español. Recorrió Grecia durante cinco años para conocer las comunidades después de 1492. Allí, el 95 por ciento de los judíos había sido asesinado durante el nazismo. Antes, en 1847, en Salónica residían 120.000 habitantes, de los que 70.000 eran judíos sefarditas, la mayor comunidad de los Balcanes. “Se sabían la lengua sin haberla estudiado y en las casas se hablaba el español para conversar, al contrario que el hebreo, que se estudiaba”, desliza.

En 1991, en un Congreso de Poesía celebrado en Estambul, Margalit presentó su texto en español. “En Turquía se me acercaron dos poetas con los ojos grandes y me pidieron que viniera a España a la radio y la televisión y ahí empezó el boom de mi obra”, recuerda emocionada.

Es una buena noticia

Margalit, ¿beneficiará la nueva ley al conocimiento de la cultura sefardita? La autora no tiene dudas. En materia de patrimonio, aunque “de un tiempo a esta parte” se han hecho cosas en España “por dar a conocer y cuidar todo lo sefardí, hace falta mayor impulso. Cita como ejemplo a seguir el de la ciudad de Toledo, donde “las piedras judías hablan”. Por eso, advierte de que “también en Ávila o León hablan, pero hay que darlas voz”. Actualmente, Margalit ultima una antología de traducción de castellano al hebreo de algunos autores como Clara Janés, Jaime B. Raso, Antonio Colinas y Antonio Gamoneda.

Fuentes del Centro Sefarad Israel estiman que en el mundo hay algo más de 3,5 millones de sefardíes potenciales, aunque es incierto saber cuantos se acogerían a la nacionalidad. Los más veteranos lo anhelan por un sentimiento romántico relacionado con sus ancestros, pero no para volver a vivir a España. “Es como una pequeña reconquista para ellos”, asegura el Centro. La gente joven, en cambio, lo ve con un sentido más práctico por motivos laborales, por ejemplo.

Hasta el momento, a pesar de estar aún en las Cortes Generales, esta entidad ha recibido numerosas llamadas para solicitar información de consulados de Caracas, Buenos Aires y Tel-Aviv, entre otros. Incluso, recuerdan que en Sarajevo un hombre les rogó que mediaran para conseguir esa nacionalidad “porque quería que en su lápida pusiera que es español”. “Es estremecedor, en un señor bosnio, que en 2014 pida eso”, relatan.

Un ejemplo del halo sentimental que existe en el colectivo sefardita se encuentra en Bosnia y Bulgaria, países en los que viven muchos judeoespañoles que comparten apellidos como ‘Maestro’, ‘Calderón’, ‘Bejar’ y ‘Bejarano’, que proceden de Salamanca y Toledo.

Uno de estos ejemplos lo protagoniza Marcel Israel, presidente de los sefardíes de Bulgaria, quien ya cuenta con nacionalidad española gracias a que residió en el país por motivos laborales un mínimo de dos años, lo que permite la ley vigente, igual que a latinoamericanos, filipinos, andorranos, portugueses y guineanos (el resto necesitan diez años de residencia). “He hablado con varios sefardíes en el mundo que esperan la resolución de la nueva ley”, comenta.

Sobre su procedencia, recuerda que inicialmente la familia de su padre portaba el apellido ‘Bejar’ o ‘Behar’, pero su bisabuelo sionista lo cambió a ‘Israel’ a principios del siglo XX. Muchas de las familias con estos apellidos proceden de la localidad salmantina de Béjar, según los análisis que el propio Marcel ha llevado a cabo.

En cuanto a la familia materna, el apellido es ‘Yulzari’, común en Bulgaria, Turquía y Grecia. Existe alguna probabilidad, señala, de que este nombre significara ‘Rosanes’ en la España de hace 500 años, “aunque difícil saber de qué parte del país”. Marcel detalla a Ical la peculiar transformación de este apellido: “Después del Imperio Otomano, ‘Rosanes’ cambió a ‘Rosa’, que en turco es ‘Gyul’ y se pronuncia ‘Yul’, mientras que ‘Zar’ en hebreo significa ‘extraño’ o ‘muy bonito’. Entonces, Rosanes cambia a Yulzari, que es ‘rosa extraña, muy bonita’”. No obstante, aclara que es solo una suposición.

Da buena nota sobre la historia de los apellidos el musicólogo y especialista en repertorio sefardí Paco Díez, que actualmente reside en Mucientes (Valladolid) y ha actuado en muchos lugares, como por ejemplo en Sarajevo: “Todos los apellidos son un cajón de sastre. La cultura sefardí en España no existe y se la han cargado, porque los judíos que se quedaron aquí hace 500 años se convirtieron al cristianismo”.

Aclara Díez que la “única” tradición que queda “es la que han traído en los últimos 25 o 30 años los que estaban fuera”, ya que “solo quedan los barrios judíos y aljamas, frente a la cultura sefardí de fuera, que la hay, y muy importante”.

 

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