Tranquilidad sí

O no. Supongo que os habrá pasado a todos, no sólo a mí, que este fin de semana, ya desde el viernes, extrañásemos el ruido. Sí, el ruido: coches, motos, pitidos, voces. El centro de la ciudad estaba incomunicado y se notaba. Nada de ruido de motores y por tanto menos gente y menos charlas. ¡Qué tranquilidad! Esto parecería una ciudad fantasma de las películas del oeste. Sin pistoleros y esas cosas que volaban con el viento seco y cargadito de arena del desierto, que por cierto nunca supe muy bien lo que eran, sin caballos y vaqueros pero con bicis y ciclistas, ciudad casi desierta al fin.

 

Yo soy de las que siempre dicen que me quiero ir una semanita a un lugar sin ruidos, paz total, naturaleza, tal vez el murmullo de un arroyo, los pajaritos…Luego no lo hago nunca, pero visto lo visto a lo mejor vengo más estresada. No me daban pasados los minutos, por empezar, ya al levantarme, la falta del ajetreo de la gente que va al mercado me desorientó un poco, no sabía muy bien si era sábado o domingo. Y luego tanta calma era soporífera, rara, nada tranquilizante, puro aburrimiento. Recordé cuando hace unos años nos cambiamos de casa, de vivir enfrente de las vías del tren nos fuimos a vivir a una travesía por la que sólo pasábamos los vecinos de las casas. Las primeras noches no había manera de pegar ojo. Y no era por los ruidos. Sino por todo lo contrario, extrañaba el ruido de los trenes.

 

Luego hace unos años me pasó lo mismo pero a la inversa. Me vine para el centro y tanto ruido me sobresaltaba, ni siquiera recordaba el estruendo, eso me parecía, de los camiones de la basura. Esta visto que soy, o somos, animales de costumbres, o que queremos lo que no tenemos y luego cuando lo obtenemos extrañamos lo anterior y así entramos en un bucle. De hecho (hoy va de recuerdos) también tengo la experiencia de dormir un día en un lugar de esos “remanso de paz”: arroyito al pie de la ventana, pajaritos en los árboles. ¡Un rollo! No había forma humana de “apagar o atenuar el murmullo del agua”, y cuando conseguí dormirme, ¿a que no sabéis qué me despertó? Un lindo pajarito que cantaba a las primeras luces del día en una rama florida y frondosa pegadita a mi ventana. Muy poético y bucólico, desde luego, pero de “remanso de paz” poquito. Volví a casita para descansar en condiciones, con todos los ruiditos urbanos.

 

También puede ser que nos acostumbremos a todo, a nuestro entorno, lo cual puede ser bueno, por lo de que sobrevive el que mejor se adapta a su hábitat. Sí, me gusta la idea. Será que soy una superviviente, me adapto a circunstancias, incluso, poco atrayentes. Pensándolo bien, seguro que si lo hubiese intentado un poco más, el arroyo me hubiese sonado a una nana y el pajarito…sólo se me ocurre pensar en un despertador. No es la imagen que buscaba. Mejor pensar que hubiese acabado por no despertarme, como los trenes. Lo importante es vivir, estar y disfrutar lo que tienes, lo que te rodea siempre como un regalo. Ser yo, ser tú, el “remanso de paz” para ti y los demás.

 

 

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