¿Todo fue un sueño?

Dijo Andrés Martínez Oria hace unos días en un emotivo acto cultural, sorprendentemente y en contra de la teoría literaria vigente que dictan los académicos talleres y que valora más la ficción cuanto más se aleja de la experiencia personal del autor, justo lo contario: lo que habrá de permanecer en la obra de creación con el tiempo es el grano de lo personal una vez aventada la paja de la ficción en el transcurso de ese mismo tiempo. Así al menos lo entendí.

Y estoy tan de acuerdo con Andrés que me apoyaré en sus palabras para alzarme de protagonista en esta reflexión que quiere ser política sin dejar de serlo literaria. Porque aunque sea difícil de creer, y más de comprender, algunos ciudadanos, en un arrebato de necesidad moral, consecuencia de la enojosa y degradante situación política vivida durante años, hace ya casi uno decidimos colaborar en primera fila en pos de la regeneración y desde aquellas formaciones políticas venidas a ser llamadas “emergentes” cuya bandera era esa: la regeneración y la transparencia como elementos imprescindibles que nos trajeran la paz social y la de los espíritus, amén de otras bagatelas como el respeto y la confianza para con los ejercientes y el ejercicio mismo de esa actividad teóricamente tan noble como es o debería ser la política.

Como he dicho, va a pasar ya un año de aquella decisión, que conllevó satisfacción por el imaginario deber cumplido y sacrificio por tener que entrar, a costa de la propia intimidad y para disfrute de “rascas” embozados, de hoz y coz en el patio de Monipodio de la política española, con la ingenua pretensión, entonces, de pasar la escoba y ventilar sus recovecos. Junto a otros, claro, que la ingenuidad no llega a tanto fuera de la mente prodigiosa de Cervantes.

Hoy yo no sé si todavía estoy dentro o por el contrario fuera de tamaño empeño, a la par que tantos otros de esos algunos ciudadanos que, como yo, en su arrebato moral dieron aquel paso.

Y es que, señores, el ver entrar en el patio de la fidelidad gremial a tanto “emergente”, uno tras otro, ofreciendo su tributo de escobas y lucernas a cambio de placet y otras insignias y atributos de cofrade por la gracia de Monipodio y sus secuaces es, cuando menos, digno de admiración, acción esta provocada por lo inesperado y sorprendente del hecho, que no por cualidad extraordinaria alguna, de las que carece.

¿Todo lo que nos movió a esos algunos ciudadanos fue un sueño?

A fuer de realista es cierto que puede parecerlo, pero también es cierto que los sueños no tienen por qué estar siempre desligados de la realidad, como muchos de ustedes habrán comprobado a lo largo de sus vidas y, aquí, volviendo al emotivo acto cultural al que hacía referencia al principio de esta reflexión, prefiero quedarme con la frase preferida del doctor Fernández Terrón, tan simple como reconfortante: “La esperanza es lo último que debe perderse”.