Toca hablar de suicidio

Más de un millar de personas se suicidaron en Castilla y León en el último lustro, drama que exige compromiso social y político y que este 2021 podría contar con una estrategia autonómica para reducir al máximo su incidencia

Ni una, ni dos, ni tres, ni cuatro, diez. Diez personas se quitan la vida al día en España, una cada dos en Castilla y León, y se estima que por cada una que muere, otras diez lo intentan. Y aún así sigue siendo un tema “tabú”. El suicidio, ese problema de salud mental del que no se habla -y lo que no se visibiliza no existe-, es la primera causa de muerte externa que supera las cifras provocadas por los accidentes de tráfico. Sin voz, oculto en la isla de la vergüenza, le ha llegado el turno por justicia social, y más ahora tras una pandemia que ha dejado una hilera de muertes, enfermedad, crisis económica y sus efectos colaterales, como la precarización de la salud mental que pide a gritos una estrategia nacional, pero también una autonómica que ponga negro sobre blanco cómo prevenir, tratar y promover el bienestar. También, cómo ayudar a los que se quedan, los supervivientes.

Se necesita una plan de actuación, pero no uno cualquiera. Uno que englobe e implique a toda la sociedad, y desde todos los frentes: educación, servicios sociales y sanidad; que permita desde las primeras edades enseñar a los niños a gestionar sus emociones; a los jóvenes a superar sus miedos y frustraciones y que enseñe a los adultos a entender que acudir al psicólogo es bueno, por salud mental. “A lo largo de la vida todos hemos tenido lesiones mentales”, y el primer paso es normalizar; ser capaces de romper con las etiquetas. “Contar tú problema a un profesional ayuda mucho; tienes otro punto de vista que genera cambios en tu discurso”.

Lo explican a Ical Daniel Cembrero Masa y Laura Gil Pablos, psicólogos de El Puente Salud Mental Valladolid, una entidad que lleva 30 años trabajando para que las personas con algún problema de salud mental y sus familias puedan alcanzar su proyecto de vida, gracias a una red de más de 50 profesionales que atiende a unas 1.000 personas al año en la capital y la provincia, con apoyos en ámbitos como el laboral, el acceso a la vivienda, en el medio rural, en la promoción de la autonomía y el desarrollo personal.

Daniel y Laura conocen de cerca el problema, que no es exclusivo de la víctima, sino de todos. Ponen el acento en las primeras etapas de la vida y en la adolescencia, esta última caracterizada por la inestabilidad y la vorágine de emociones, en la que el joven tiene que tener herramientas para poder gestionar sus duelos y muchas veces no sabe cómo hacerlo. Al igual que en su día ocurrió con la educación para la salud sexual, ven preciso una educación que ayude en la resolución de problemas, que haga entender que hay salidas y razones positivas frente una “sinrazón que es el suicidio”. “No es la solución para una crisis que es siempre pasajera, para un problema que siempre es temporal”. “Hay que enseñarles a dibujar y pensar en planes de futuro, pero realistas”.

Asignatura pendiente

Reconocen que hay frentes infinitos que atajar y que las asociaciones muchas veces tienen las manos atadas por la escasez de recursos y porque al final trabajan con pacientes más graves. Pero en el camino se quedan muchas personas con una enfermedad mental que debe repescar el sistema sanitario y hacerlo a tiempo. “La atención psicológica sigue siendo deficitaria, no hay profesionales especializados en Atención Primaria, pero también es verdad que el médico de familia que no ve la necesidad de derivar al paciente al psiquiatra, sí puede recomendar al paciente a acudir a un psicólogo privado. Primero, usar lo que tenemos e implementar lo público, y mientras tanto existe esta otra solución”.

Sus demandas no son nuevas, pero no por ello poco importantes. La propia Consejería de Sanidad ha reconocido que la salud mental es “una asignatura pendiente”, y no oculta un aumento de la prescripción de fármacos para la depresión y ansiedad con la pandemia, dos patologías que muchas veces están detrás de la magnitud de los suicidios.

Las cifras lo corroboran. Entre enero y mayo de 2020, 83 personas se quitaron la vida en la Comunidad, y 1.343 en España, como recoge el último avance consultado por Ical de la estadística de Defunciones según la Causa de Muerte del Instituto Nacional de Estadística que se centra en los cinco primeros meses del año del COVID. Son números similares a los del mismo período de 2019, cuando 96 personas se suicidaron en la Comunidad y 1.481 en España. Pero si en ese año hubo 116 y 1.842 víctimas mortales en accidente de tráfico, los suicidios se elevaron a 218 y 3.671, en cada caso. Es más, este goteo arroja que en cinco años, entre 2019 -último completo disponible- y 2015, más de 1.000 personas se suicidaron en Castilla y León, y no hay cifras de las que lo intentaron, ni de muchas que lo hicieron pero quedaron registradas, por ejemplo, como tráfico.

En general, el índice de suicidios es más alto en varones adultos, pero es la principal causa de muerte entre los de 25 y los de 34 años, tras los tumores, de ahí la necesidad de incidir en la ayuda en las primeras edades y en la adolescencia, también en sus círculos y las familias, más cuando en las de hoy el salto generacional entre padres e hijos es mayor. “La sociedad tiene que entender que ir al psicólogo es como ir al dentista”, y que hay que acabar con eso de “mi hijo no está para ir al psiquiatra”. “Hay que normalizar, y no pasa nada por exponer las emociones”, ese es el mensaje añaden.

Recursos para atajar el problema

Se necesitan más psicólogos clínicos y psiquiatras y un refuerzo en Atención Primaria donde se produce el primer contacto para poder tratar la depresión y otros problemas de salud mental de manera precoz. El tema no es baladí, y los grupos de las Cortes, como el Grupo Parlamentario Socialista, lo han elevado al debate para exigir la incorporación de nuevos profesionales capaces de frenar un problema, que puede acrecentarse con la post pandemia.

En ello está la Junta, en la elaboración de su hoja de ruta sobre salud mental, que de momento se desconoce si implicará la incorporación de psicólogos a los equipos de Atención Primaria, como demandan los socialistas. Sí parece que servirá para mejorar el acceso directo a estos profesionales, y que se reforzará con una estrategia de prevención de conductas suicidas. En todo caso, se esperará a que el Ministerio fije su modelo porque la Junta quiere antes un marco nacional. El actual se aprobó para toda España hace 12 años, con fecha de caducidad en 2013.

Es cierto que la situación en Castilla y León no es de las peores. Puede presumir de ser de las primeras en contar con un protocolo de prevención del suicidio propio, junto a autonomías como Asturias y Navarra. Su primer plan estratégico de la conducta suicida se aprobó en 1994 y en 2019 se incorporó a la cartera de servicios. En esto momentos, la Consejería de Sanidad ultima uno nuevo con un horizonte a cuatro años, que podría ver la luz este mismo 2021, para abarcar desde la prevención universal e individual, a la vigilancia epidemiológica e investigación y formación. Su objetivo pasa por disminuir al máximo la incidencia y prevalencia del suicidio en Castilla y León, y garantizar una atención adecuada de la persona y también a sus allegados, los supervivientes.

Las otras víctimas, los supervivientes

María Bulnes es una de esas supervivientes. Este mismo domingo se cumplen cuatro años del suicidio de su madre, una mujer “súper alegre, optimista” a la que le encantaba su trabajo de enfermera, y “que no tenía motivo para acabar con su vida”. “Era fuerte, pero por dentro parece que no”, explica a Ical una hija que perdió a su progenitora con 30 años. Ella tenía 60 y antes había tenido un intento. “Cuando salió nos dieron un informe, pero nunca nadie nos dijo: esto es muy fuerte y puede volver a pasar”, explica María, quien recuerda que un lunes, un día antes de que su madre se marchara para siempre, llamó al psiquiatra, quien la emplazó al jueves, tres días después. El martes salió de casa y ya no volvió.

“La salud mental es muy compleja, pero al igual que se habla de la lacra social de la violencia de género, de los accidentes de tráfico y se hacen campañas, también debería hablarse de suicidio”. “Le puede tocar a cualquiera”. “Nunca hubiera pensado que me iba a pasar a mí. Lo asociaba a no tener trabajo, a sufrir maltrato, a tener una estructura familiar que no va bien… Pero no, le puede tocar a cualquiera”.

María insiste en la importancia de apoyar la salud mental, y también a su entorno, porque hay muy pocos recursos para ayudar a quienes reciben un golpe tan duro como éste. Ella buscó para entender y poco encontró ni en Valladolid, ni en Castilla y León. Al final accedió al Centro de Escucha por Duelo del Arzobispado, y poco a poco contactó con asociaciones de fuera de la Comunidad, como, en Madrid, la Red Aipis (Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio), de la que es socia, y con ‘Después del Suicidio’, la primera asociación de supervivientes, fundada en Barcelona por Cecilia Borrás, una madre que perdió a su hijo con 19 años.

María reconoce que le ha servido de mucha ayuda poder compartir su experiencia con otras personas que han pasado por lo mismo, y lamenta que su relación con el sistema sanitario y social acabara con una pastilla para calmarla el día que murió su madre. “Nadie dijo más. En otras circunstancias te prestan más atención”.

Hay veces que piensa en formar una asociación con otros supervivientes de Valladolid, de Castilla y León… De momento, es voluntaria de El Puente Salud Mental Valladolid, una manera “egoísta” de compartir un rato para seguir entendiendo un poco este mundo y para aportar su granito de arena. “A todos nos puede pasar. Tienes un descuadre, se te rompe un cable en la cabeza… pero a los cinco minutos ninguno lo hubiera hecho. Hay que explicar a la gente que si tiene un problema hay que ir al psicólogo, que hay que cuidarse para no llegar a este extremo”.

Todos coinciden en que cuanto antes comience a recorrerse el camino, mejor; y mejor hoy que mañana, porque 40 segundos es el tiempo que tarda el corazón en emitir 48 latidos, el mismo tiempo en el que deja de latir el de una nueva víctima del suicido en algún lugar del mundo, algo que se puede evitar. “La salud mental es un cáncer en la cabeza. El que no se sienta bien, que levante un dedo: necesito que me atiendan”, sentencia María.

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