Muchos de los testigos que estos días comparecen en el juicio por el asesinato de la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco, el 12 de mayo de 2014, lo hacen por primera vez. Nunca antes se habían enfrentado a una circunstancia y un escenario similar. La sala donde se desarrolla el juicio en la Audiencia Provincial de León es un espacio muy amplio, diáfano, iluminado, pintado en colores claros, pero imponente. La sala no tiene nada de acogedora sino todo lo contrario: se trata de un tribunal. De un tribunal de Justicia.
En frente, un juez preside el tribunal. A los lados, una bancada con el fiscal, abogados acusadores, defensores y las acusadas, juntos pero no revueltos; y, en frente, los miembros del Jurado. Y entre ambas bancadas, cámaras de televisión y de fotografía. Al fondo, los bancos reservados para la prensa y el público. Todos expectantes. Y justo en el medio, en una especie de tierra de nadie, como en una diminuta isla vigilada por tiburones, dos sillas, que ocupan los testigos, solos, ante un retador micrófono. El ambiente no tiene nada de agradable ni de acogedor sino más bien hostil. Muchos testigos ya han visto hasta la saciedad imágenes y vídeos en la prensa y en las televisiones. Y han visto como las pantallas de las televisiones de los hogares reproducen los primeros planos de los balbuceantes declarantes. Una presión enorme.
Este es el contexto físico al que se enfrentan los testigos. Es normal, pues, que quien se enfrenta por primera vez a esta experiencia se ponga nervioso, dude, no comprenda bien algunas preguntas, balbucee, y hasta se sienta acosado en un momento dado por la expectación y la urgencia que demuestran el fiscal y los abogados. Hay testigos que en algunos momentos se quedan en blanco y dudan a la hora responder. Reacciones muy humanas.
Lo que no son humanas y algunas veces poco profesionales son las reacciones del fiscal y algunos abogados, tanto de la acusación como de la defensa, que, siendo conscientes de la indefensión que muchos testigos experimentan sintiéndose el centro de atención, abusan de su experiencia, del control del espacio físico, de la situación y de su poder para ejercer presiones intolerables. Y bastantes veces consentidas por el propio juez que preside el tribunal. En esto comportamientos hay mucho de corporativismo, claro está.
Ayer, la monitora de la escuela taller de Trobajo del Cerecedo, a la que acudía regularmente Raquel Gago, la policía local acusada de colaboración en el asesinato de Carrasco, fue víctima de una cierta prepotencia profesional del fiscal, con la complicidad de los acusadores. Fue tanta la presión que ejercieron sobra la testigo que ésta se bloqueó, se derrumbó, respondió con incoherencias y hasta es posible que perdiese el sentido de la orientación. El fiscal terminó por anunciar contra ella una presunta denuncia por falso testimonio, toda vez que la testigo reconoció en una declaración en el juzgado de instrucción que se sintió presionada por la propia jueza, por lo que al final firmó su declaración sin leerla con tal de poner fin a esa experiencia. El fiscal se violentó con la testigo, en un arranque de claro corporativismo mal entendido ante una testigo, cuya declaración, por cierto, no era trascendente.
Algo parecido sucedió con Julio, el vigilante de la ORA, con quien Raquel Gago, en la tarde de autos, estuvo hablando entre quince o veinte minutos. Pero esta vez fueron los abogados defensores quienes no pararon de atornillar a este buen hombre, por cierto muy educado, en busca de contradicciones sobre horarios, posicionamientos de Raquel y de él mismo delante o al lado del coche de Raquel, sobre quien inició la conversación y temas similares. En este caso, el testimonio es de mayor valor, porque de lo que dijese este controlador de la ORA se podría comprobar si Raquel vio que Triana introducía el bolso que contenía el arma del crimen en el interior de su coche o no. Va en ello la implicación de Raquel.
Bajo esta tremenda presión de abogados que tratan de buscar cualquier tipo de resquicio en busca de contradicciones en muy difícil que una persona normal, de la calle, con una educación básica, como la del controlador de la ORA, no caiga en la contradicción, errores a la hora de hacer valoraciones y hasta de situar física y temporalmente los hechos. Julio abandonó el tribunal aturdido.
En el lado contrario está la cuña de la misma madera, es decir abogados y profesionales más preparados psicológicamente para hacer frente a este tipo de situaciones tan complicadas. Así lo demostró el primer abogado que asistió en los primeros interrogatorios a Monserrat y a su hija Triana. Abogado curtido, con experiencia, dominador de la situación y del escenario, quien no dudó en enfrentarse al propio fiscal y a las acusaciones por considerar que le intentaban manipular hacia conclusiones poco exactas. Este abogado creyó a Monserrat y a Triana en sus primeras declaraciones cuando dijeron que los policías venidos de Burgos habían tratado de engañarlas y forzarlas a confesar a la espera de unos presuntos beneficios para Triana. Dice este abogado que Monserrat pensaba que en ese acuerdo con los policías de Burgos se incluía la libertad para Triana. No fue así. Por eso se sintieron engañadas.
Muy ofendido se sintió este abogado cuando fue acusado por la Fiscalía de haber urdido con las acusadas una estrategia para desprestigiar a los policías de Burgos. Con voz alta y serena se encaró con el fiscal, quien no tuvo más remedio que batirse en retirada y cambiar de tema. Pero la tensión quedó de manifiesto.
Algo parecido sucedió con el último testigo del día, un policía local compañero habitual de patrulla con Raquel Gago en 2014. Este policía no dudó en un momento dado de manifestar que la jueza de instrucción le había presionado para que declarase sobre la posible homosexualidad de Raquel.
En fin, una jornada muy complicada para los testigos y en la que poco ha quedado claro, excepto que Raquel Gago no dijo nunca a sus amigas, compañeros de taller y al policía local con el que patrullaba que el día del crimen había estado en casa de Triana y que había hablado con ella en varias ocasiones en ese mismo día. Este silencio sigue siendo una losa que compromete a Raquel Gago. El por qué no dijo nada pone en duda su versión.
Tras este quinto día de juicio, Monserrat sigue siendo la que peor lo tiene, como desde el primer día por su confesión como autora material del crimen. El futuro de Triana dependerá de la credibilidad que el Jurado otorgué a cada uno de los testigos. De ahí la estrategia de acusadores y defensores de debilitar la autoestima de los testigos que consideran puede perjudicar sus intereses. En algunas ocasiones da la impresión que no se busca la verdad sino forzar la situación, explotando las debilidades humanas, aun a costa de destruir anímicamente al testigo.
Dura tarea para los miembros del Jurado. A ver cómo separan tanto polvo de tan poca paja.