Desgraciadamente estos días el nombre de Teresa está en labios y oídos de todos. Nos referimos a la auxiliar de enfermería que se ha contagiado del virus del ébola, por la que rezamos para que supere este difícil trance. Pero hoy queremos referirnos a otra Teresa, cuya fiesta, coincidiendo con el aniversario de su muerte, se celebra el quince de octubre y que nació en Ávila hace quinientos años. Una vieja tradición, sin demasiado fundamento, sostiene que sus padres vivieron en la comarca leonesa de la Cepeda, concretamente en Quintana del castillo, mi pueblo, en el castillo cuyas ruinas han quedado reducidas a la mínima expresión; pero no es eso lo que más nos importa, aunque de ser verdad nos haría gran ilusión.
Probablemente Santa Teresa sea la española más famosa de todos los tiempos en todo el mundo y, como suele suceder, muchas veces más y mejor conocida en el extranjero que en su propia patria. Sin pretenderlo llegó a ser una de las principales escritoras en lengua española, simplemente escribiendo con la misma naturalidad con la que hablaba. Era tan grande y tan profunda su vida interior que no podía encontrar mejor fuente de inspiración. Como mujer emprendedora y activa pocas mujeres podrán superar a esta “santa andariega”. Como amante es difícil encontrar una mujer más apasionada, eso sí, por el mejor y más bello de los esposos: Jesucristo.
El quince de octubre ha dado comienzo el año jubilar teresiano con ocasión del quinto centenario de su nacimiento. Bien podría ser esta celebración un estímulo para fijarnos un poco más en esta mujer tan especial y probablemente demasiado olvidada por quienes deberíamos sentirla más cercana. Las opciones son múltiples: leer alguna de sus numerosas biografías, leer sus obras, o ver alguna de las varias películas o series televisivas sobre ella se han hecho. Todo lo cual no está reñido con que visitemos algunos lugares tan representativos como Ávila, donde nació, o Alba de Tormes, donde murió y está enterrada. Aunque vivió hace quinientos años, no ha perdido actualidad. Deberíamos acercarnos con calma y sin prejuicios a esta monja que, sin dejar de poner los pies en la tierra, pudo gustar en este mundo algunas de las delicias del cielo.