Tuve un sueño berciano en el que yo era una especie de dirigente nacionalista vasco. Muy ceñido a la sensibilidad cartográfica. Y así como los vascos étnico-religiosos que gobiernan aquella comunidad quieren zamparse Navarra —su particular Crimea—, el País Vasco francés (entre enormes carcajadas de Macron), la mismísima Rioja de los vinos y el jacobeo, el condado de Treviño, el oriente de Cantabria y el nordeste de Burgos (en estos casos, porque sí, que las razones no importan), me imaginé siendo político de un Bierzo que fuese comarca autónoma (como Ceuta o Melilla) volcado a la caza de territorios colindantes para engrandecer la pequeña autonomía.
Eché mano a la historia, que es muy rica y favorecedora en este punto. Me fui a 1820, cuando se creó la provincia de Villafranca del Bierzo. Aquella provincia abarcaba Valdeorras, así que el sueño absorbió esa tierra del Sil, tan fraterna con el Bierzo. Pero como yo era, en el sueño, un contumaz expansionista, alargué el objetivo hasta las zonas del Bolo y Trives, que pasaron igualmente a depender de Ponferrada, capital de la comarca-región autónoma. En este punto, además, fue fácil fortalecer mi quimera: tanto O Bolo como Trives forman parte de la diócesis de Astorga desde hace 1.500 años. Mucho antes de que hubiera comunidades autónomas, y liderzuelos galaicos que se quieren comer al Bierzo.
Pero el sueño continuaba, y dando por hecho que la Cabrera Baja es uno más de los valles bercianos, me fui arriba e incorporé a la Cabrera Alta. ¿Por qué no? En cuanto al norte, por descontado que asumí Laciana, desde el argumento inapelable de que comparte con el Bierzo la cuenca del sagrado padre Sil. Y ya puestos, asimilé a los Ancares de Lugo, porque los de León son más extensos y eso es un buen razonamiento onírico. Luego me lancé a por Babia, sin demasiadas justificaciones, pero subyugado por su belleza. Los concejos asturianos de Ibias y Degaña, muy alejados de Oviedo y más próximos a Ponferrada, igualmente cambiaron de autonomía pasando a depender del Bierzo. Y después me enfrenté al gran reto inefable: el sueño me llevó hasta las orillas del Órbigo, sumando a la prodigiosa Astorga y a sus reinos de la palabra y el tiempo. No sé si me pasé. En todo caso, no me atreví con La Bañeza. Pero sí con la Cepeda, el Duerna y la Maragatería, que iban de la mano de Astorga.
Cuando llegué ahí, me desperté. Lo curioso es que continuó el sueño en la vigilia, y hasta empecé a trazar un mapa con lo soñado. El resultado me gustó: salen más de doscientos mil habitantes y un infinito solar de bosques, ríos, praderas, viñas, aldeas, castillos, mesones, risas, lagos, montañas, filandones. Y el mozárabe, el románico, el gótico y el barroco. Y, al fondo, sobrevolando este territorio del alma, la voz de don Antonio Pereira, emocionándonos con sus cuentos.
Quiero vivir ahí.
César Gavela en Diario de Léon