–Mire, señora, voy a hacer ante usted una declaración de principios: “La sociedad civil no puede, jamás, sustituir al Estado”.
A pesar de ello, voy a colaborar, porque, ante la desidia de quien nos gobierna, hemos de ser solidarios y aportar nuestro grano de arena para ayudar a quienes no tienen ni para alimentar a sus hijos.
Así de claro se manifestó un señor de mediana edad en un supermercado de la parte alta de la ciudad; y a los diez minutos entregó a las voluntarias del Banco de Alimentos un buen lote de productos.
–Muchas gracias. –dijo una de ellas con una sonrisa.
–No. Gracias a usted. Al fin y al cabo, lo mío es un poco de dinero. Usted, y muchas personas como usted, están dedicando su tiempo, seguramente de su día de descanso, y están haciendo posible esta campaña. Lo mío no tiene mérito. Lo de ustedes, sí.
He de reconocer que no me perdí nada de este diálogo y que hasta me emocioné un poco. Hay detalles –pensé– que te reconcilian con el género humano.
Llevaba yo bastante rato deambulando por el supermercado y observando las reacciones de los clientes ante la invitación de las voluntarias, perfectamente identificadas con un peto y una tarjeta con su nombre y apellidos, a colaborar entregando algún producto no perecedero.
La mayoría lo hacían con una sonrisa en los labios. Leche, arroz, aceite, garbanzos, latas de conserva, productos de alimentación infantil iban llenando los contenedores de la ONG.
Pasé ganas de abrazar a una pareja que entregó un lote de productos y se marchó con las manos en los bolsillos, o a las dos señoras –yo creo que eran maestras jubiladas– que después de dejar al lado del contenedor un carro lleno hasta el borde, se hicieron con un carrito de plástico y volvieron a hacer su propia compra.
Confieso que también pasé ganas de dar una patada en el culo a un tipo que iba con su hija, de ocho o nueve años, que ante la invitación de colaborar, miró a su interlocutora con desdén y zanjó la conversación con un seco “No me interesa”.
Y pasé ganas porque de todas las respuestas posibles, eligió la peor.
¿No te interesa, pedazo de bestia, ayudar a quien está pasando necesidades extremas?
¿Qué ejemplo estás dando a tu hija? ¿Cómo vas a justificar tu respuesta ante ella?
En fin… ¡Es su problema!
Me quedo con la generosidad y solidaridad de la inmensa mayoría y con un pensamiento que me ha estado rondando todo el día: Un estado que gasta miles de millones de euros en rescatar a Bankia y a otras entidades similares y que abandona a su suerte a sus ciudadanos es un estado enfermo. No tiene futuro.
manolo.zanca@gmail.com