Sánchez, el mártir

Me fastidia, como periodista, que un líder político nacional, protagonista de un acontecimiento de primer orden, como es el caso de Pedro Sánchez, ex secretario general del PSOE, el día que hacía oficial su dimisión como diputado nacional convocase a los medios de comunicación en el Congreso para leer un comunicado pero sin admitir preguntas y, seguidamente, un par de días después, concediese una entrevista a la Sexta Televisión.

Sánchez y otros políticos han abusado de las comparecencias públicas ante los medios sin preguntas, una práctica absolutamente opaca. Si un líder político tiene algo que decir, que informe de ello y que se someta a las preguntas de los periodistas convocados. El objetivo de las comparecencias públicas es  responder a las preguntas de los periodistas, los cuales sólo pretenden cumplir con su trabajo, que no es otro que averiguar los motivos de la noticia, sus consecuencias y, con todo ello, intentar contar la verdad. La comparecencia sin preguntas se reserva para declaraciones institucionales de muy alto nivel y de interés nacional. Para comparecer sin preguntas, como lo hizo el otro día Sánchez, mejor es que se remita un comunicado oficial.

En su entrevista en la Sexta, Sánchez puso en evidencia los motivos que le llevaron a comparecer sin preguntas en la rueda de prensa del Congreso de los Diputados. Tuvo miedo o, al menos, prevención. Sabía que algunos periodistas no iban a comulgar con su justificación de que determinados poderes fácticos, entre ellos El País y Telefónica, conspiraron contra él con el fin de hacer fracasar su proyecto. Demasiado fácil esta explicación, un tanto pueril.

 Sánchez debe hacer un sincero ejercicio de autocrítica. Bajo su mandato, el PSOE ha obtenido los peores resultados en unas elecciones generales desde la Transición. En algo se habrán equivocado él y su equipo. En Europa, uno y, sobre todo, dos fiascos electorales se sustancian con la dimisión del candidato. No ha sido así en el caso de Sánchez, quien se ha empecinado en mantener una estrategia y un proyecto de fracaso en fracaso y echar la culpa de ello a los demás.

Y alguna culpa habrá tenido, asimismo, en el proceso de descomposición interna de su partido. En sus manos ha estado fomentar el diálogo interno, tender puentes con los críticos, negociar con los denostados barones territoriales de su partido y, sobre todo, organizar un Comité Federal con urnas escondidas y  con tantas irregularidades como el que acabó con su defenestración. ¿Qué gran parte de la culpa la ha tenido Susana Díaz y otros barones?, seguramente sí, pero Sánchez debe asumir su parte alícuota en esa responsabilidad y no encastillarse en la famosa y recurrente teoría de la conspiración externa, en los manejos de las firmas del Ibex 35 y hasta en la mala suerte.

La autocrítica es muy sana y necesaria. Con o sin lágrimas. Sánchez debe reconocer sus errores, que han sido muchos y abultados. Y no sólo que no valoró suficientemente a Podemos. Precisamente Podemos y su negativa a negociar con el PSOE tras las elecciones del 20D fue uno de los desencadenantes de la ruina de Sánchez. Si en aquel momento, los líderes de Podemos hubiesen aceptado sentarse a la mesa con el PSOE y Ciudadanos, hoy habría en España un Gobierno de progreso. Pero, los crecidos y soberbios líderes de Podemos estaban convencidos de que en unas segundas elecciones iban a arrasar al PSOE y se iban a quedar con la hegemonía de la izquierda. Fatal error.

En fin, Sánchez se echa a la carretera en busca de la reconquista del poder interno en el PSOE con más dudas y sombras que certezas y luces. Su estrategia de ofrecerse como un  mártir sacrificado por los poderes fácticos no es suficiente ni convincente. Ojalá tenga algo  más que ofrecer a lo ya anunciado en su famosa entrevista en la Sexta.

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