Todavía estaba disfrutando de la satisfacción del premio Cossío a toda una trayectoria profesional para el añorado Manuel Erice, un ejemplo y modelo de periodista auténtico y que además algunos tuvimos el placer de su tutelaje, cuando salta la noticia: Mañueco deja la Alcaldía de Salamanca. Explica sus motivos que no son otros que tener tiempo para preparar mejor su campaña para presidente de la Junta de Castilla y León. «Salmantinos y salmantinas», dice en un momento como rememorando ese histórico momento del alcalde en la balconada municipal del clásico de Berlanga.
Sabíamos que todo el Partido Popular estaba centrado en las elecciones andaluzas, el gran jefe Pablo Casado se jugaba algo más que unas elecciones autonómicas. Todo el mundo esperaba un gran bajón del PP para poder atacarle y pasar cuentas aún pendientes tras su proclamación congresual. La sombra de los sorayistas se cernía sobre el líder, sin saber que sus pies eran de barro o fino cristal de murano. Y no olvidemos que Alfonso Fernández Mañueco fue uno de los que apostaron rojo y salió negro. El nerviosismo en Salamanca y Valladolid crecía. Y la proclamación de candidato a la presidencia de la Junta parecía alejarse.
Las prisas no son buenas en este difícil arte de la política y tocaba moderación y espera. Ahora ya se abría la espita de la proclamación oficial como candidato, pero Mañueco, cada vez más inquieto, tomó la delantera anunciando su abandono como alcalde de Salamanca. Raro, raro. Si quería dar un golpe de autoridad lo ha dado, pero a riesgo de que ello no siente bien en Génova. Mal empezamos. Lo lógico hubiera sido un acto con el presidente del partido arropando a su candidato como lo ha hecho en todo momento con Moreno en Andalucía. Deseamos al alcalde aún de Salamanca suerte, pero esto del todo, del todo, bien no empieza.