Hay personas en el mundo de la literatura que quedan lejos de los lugares de luz, separados de la crestería con que se suele adornar el prestigio y condenados a papeles secundarios. Pasado el tiempo algunos son rescatados a un lugar visible. Pero en muchos casos esto sucede después de la muerte.
Sabino Torres Ferrer tuvo tiempo para recibir las muestras de cariño y admiración después de una travesía de penumbra. El ser longevo le proporcionó esa ventaja, pudo asistir en vida a la concesión de cierta gloria. Murió el 23 de mayo pasado cuando solo le faltaba un mes para cumplir los 92 años.
Había nacido en Pontevedra en 1924. Esa ciudad fue su infancia, su juventud, su primera etapa de adulto y, después, cuando se trasladó a vivir a Madrid, su recuerdo perpetuo. Sabino Torres pasó por todas las edades, y por todas de una forma vitalista y apasionada.
De niño y de joven quería divertirse, como casi todos los niños, como la inmensa mayoría de los jóvenes. Y entre sus múltiples diversiones estaba la de editar periódicos, revistas e imprimir libros. Todo era un juego inducido por el oficio de impresor que tenía su padre. Así que en un momento determinado, secundado por otros jóvenes inquietos e inconscientes decidió crear una colección de poesía, en su ciudad, una modesta capital de provincia, en la que José Solís Ruiz, uno de los primeros actores del franquismo, ejercía de gobernador civil. No contento con ese desafío, se empeñó en que su colección de poesía llevase el nombre de Benito Soto, un célebre pirata, también pontevedrés, nacido en 1805 y ejecutado en Gibraltar 25 años después.
Sabino Torres no sabía entonces, ni se imaginaba, que aquel juego, aquel capricho y aquella pasión de juventud entrarían en la historia de la literatura gallega por ser la primera vez que se publicaba una colección de poesía en gallego después de la Guerra Civil. Aunque no fuese de forma exclusiva, pues Benito Soto también tuvo espacio para libros en castellano.
No se trataba de ningún acto heroico, ni deliberadamente subversivo, ni estaba impregnado de ningún mesianismo redentorista. Se trataba de una ilusión de juventud, de dar salida a una forma de ver el mundo, de concelebrar la voz poética. La citada colección tuvo como director literario a Celso Emilio Ferreiro, el poeta gallego más célebre de los últimos cuarenta años del pasado siglo. Allí publicaron sus libros poetas importantes en la poesía gallega: Álvaro Cunqueiro, Luis Pimentel, Manuel Cuña Novás y Manuel María, entre otros. Algunos de ellos lo hacían por primera vez
La aventura duró poco más de tres años. Después funda el semanario Litoral y poco más tarde las actividades de Sabino Torres fueron por un camino empresarial ajeno por completo a la poesía. Poesía que, sin embargo, él, que se consideraba fundamentalmente poeta, no abandonó nunca. Y a ella volvió después de su jubilación. También volvió a la edición, ahora con una editorial llamada Litoral das Rías y con una colección, Hipocampo Amigo, dedicada a la poesía.
Los últimos veinticinco años de su vida, en los que tuvimos la suerte de disfrutar de su amistad, fueron un ejemplo de dedicación al mundo de la literatura en general y de la poesía especialmente.
Durante este tiempo publicó y revisó varios de sus libros de versos, según su expresión habitual. Títulos como Cuaderno de Carmen, Xograría nova, Trovas de Nadal, Intres de soidade o Versos a la bella Helenes, este con una dedicatoria que no deja lugar a dudas: A Pontevedra, la Bella Helenes. En ella nací.
En 2008 y 2014 aparecieron dos espléndidos libros de memorias. El primero, As tres columnas, subtitulada Crónica sentimental da Moureira das putas, es una narración, sin moralismo ni compasión, del mundo cotidiano de los prostíbulos de la época en su ciudad. Y el segundo, Crónicas dun tempo escondido. Pontevedra 1930-1960, aquí el autor abre su cámara a todo lo significativo en tres décadas apasionadas, difíciles e intensas. Ambas obras suponen unos espléndidos retratos de la ciudad que él tanto contribuyó a convertir en un personaje literario.
En esta etapa también se unió al grupo Bilbao de poetas gallegos en Madrid, participando activamente en la tertulia que tenían el último sábado de cada mes en el Café Comercial, desafortunadamente desaparecido. Fue en la última reunión celebrada en este mítico café, en la que él insistió en su deseo de publicar una revista, en papel, de creación poética. Su insistencia y entusiasmo contagió a otros tres amigos de la tertulia para acompañarle en tal singladura, que se fue fraguando en nuevas reuniones, ahora en la cafetería Santander, próxima a la glorieta de Bilbao, de la que habíamos tomado el nombre del grupo.
El título escogido para la revista fue Olga, que significa en gallego, entre otras cosas, huella en la nieve. Y ya ha comenzado a caminar. A Sabino no le quedaron más fuerzas para seguir, pero veinte días antes de su muerte pudo acariciar con sus manos, ya muy debilitadas, el primer ejemplar de la nueva publicación.
Son escasas las personas en las que coinciden el talento, la generosidad, el optimismo y la exigencia. Cuando todo esto coincide, estamos delante de un ser que enciende nuestro recuerdo más sincero. Ante alguien que nos acompañará desde la distancia insalvable, como antes lo hizo en la proximidad, en los por su Pontevedra amada. La ciudad de la imprenta Torres, del Barrio de la Moureira, de las cafeterías Carabela, Blanco y Negro o el café Savoy. Lugares que él frecuentó y que dieron sentido a una existencia atrevida, elegante y temosa. En su ausencia, allí recalará nuestra memoria más cordial.