Hace unos días que los reyes de la España del siglo XXI, de magnífico porte por cierto, han visitado casi bajo británico palio la Inglaterra displicente de nuestros pesares, la misma –y en esta ocasión también– que lleva siglos entrando y saliendo del concierto continental y de los grandes expresos europeos –o sea franco alemanes– con la frescura del rigodón (ya saben, ni adelante ni hacia atrás en un “sí pero no” constante) y la cara de cemento imperial.
Y ¡cómo no! me viene a la memoria (la cuestión de Gibraltar no, que fue no mucho más tarde pero sí unas décadas posterior a este ejercicio histórico-peculiar) la trayectoria de un rey pero que muy felón llamado Carlos II de Inglaterra, que antes de serlo fue hijo de rey decapitado, peregrino por las Españas de Felipe IV –las de aquí y las de Flandes– en limosnero papel, pensionista de nuestro rey Felipe ¡qué cosas! que salvaguarda sus afeites del verdugo albión por años hasta que, por esas cosas de la política de aquellos tiempos –por cierto infinitamente más corrupta e internacionalizada que la que hoy nos toca vivir y en la que los presupuestos nacionales destinaban importantes partidas para la compra de voluntades– recupera el trono y aquí no ha pasado nada sino todo lo contrario.
Hago un inciso porque el interés por el caso es derivado –así son las cosas– de mi interés por el seguimiento de las mini experiencias independentistas de Cataluña, en esta ocasión por el vodevil que se montaron allá en la década de los cuarenta y los cincuenta del siglo diecisiete, cuando acosados por los proletarios los burgueses catalanes se echaron en brazos de Francia y fueron independientes unos diez días –el tiempo que tardaron estos en tomar posesión y ocuparlos y sojuzgarlos como no podía ser menos durante una década–. Bueno, pues recordaba yo haber leído hace años algo sobre el papelón de los delegados catalanes (como parte de la delegación francesa) en las eternas negociaciones que se conocen como el Congreso de Westfalia y por fin lo encontré. Estos delegados reconocieron al representante español, Diego Saavedra Fajardo[1] que:
“Los ministros de Castilla les trataban mejor que los de Francia, que antes gozaban de libertad y hoy no, que los franceses tratan de deshonrar a las mujeres, que padecerán una guerra perpetua entre las Coronas [de Francia y de España], siendo asunto de ella el Principado [Cataluña] y que, últimamente, será fuerza tomar las armas para echar a los franceses.”[2]
Está claro que no fueron los burgueses independentistas catalanes sino los españoles del rey Felipe IV quienes liberaron Cataluña de los franceses, eso sí, dejándose una parte de esa bella tierra irredenta más allá de los Pirineos, que nunca volvió ni a Cataluña ni a España, y que de catalana pasó a ser francesa de ipso facto por siempre jamás.
Termino el inciso, sabroso por demás, y vuelvo al rey felón que por entonces vagabundeaba por nuestros lares pidiendo favores que recibía–sus hermanos Jaime, duque de York, y Henry, duque de Gloucester, fueron altos cargos del Ejército español–, recordando por segunda vez en esta columna (“El pasmo de Alaya”, Astorga Digital, Fila tres, 17 de octubre de 2015, fue la primera) a mi admirado y buen amigo José Ignacio Benavides[3], diplomático e historiador español que vive su retiro en Bruselas, donde su antepasado el Marqués de Caracena como Gobernador General tuvo que batirse el cobre contra tanto malandrín, incluido, cómo no, el rey felón que no es Fernando VII y que además es inglés.
[1] Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648). Diplomático y escritor español. Sobre la obra de este gran pensador español puede usted consultar en línea la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico (BSF), creada por la Universidad Complutense de Madrid en 2001.
[2] AGS, Estado, Lº. 2345, Saavedra Fajardo a Felipe IV, 10 mayo 1644. Citado por José Ignacio Benavides en “Las relaciones España-Inglaterra en los reinados de Felipe III y Felipe IV”, Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Biblioteca Diplomática Española, Sección Estudios 32, Madrid, 2011.
[3] José Ignacio Benavides (Madrid, 1941). Embajador de España. Algunas de sus obras: La ya citada “Las relaciones de…”; “Milicia y diplomacia en el reinado de Felipe IV. El Marqués de Caracena”, CSED, 2011; “El Archiduque Alberto y Felipe III. Una soberanía bajo tutela”, CSED, 2014.