Reunidismo

No sé a quién le escuché hace mucho una frase en forma de dicho: «A quien no reza, Dios le castiga con reuniones». Recuerdo que me pareció sabia. Si alguien quiere infernar mi vida, con eso le basta: con llenármela de reuniones. Muchas reuniones y muy largas, de esas que convocan incansablemente los que no tienen nada que hacer o carecen de vida privada: de alguien a quién cuidar o por quién vivir, de un libro que leer, de un buen concierto que escuchar. Pero con los años, si no otra cosa, he aprendido a arreglármelas para esquivar las reuniones. Por si interesa, ahí van algunas sugerencias. La primera y más importante es no convocarlas yo mismo. Y si llega un momento en el que ya no queda más remedio, entonces hay que ponerles límites por delante y por detrás -empiezan y terminan a horas prefijadas- y a lo ancho: se va a tratar de estos asuntos, y solo de estos, y hay que traerlos preparados: a ser posible, en un escrito que se hace llegar con suficiente antelación a todos los participantes, de modo que se ahorren explicaciones innecesarias. Ayuda mucho a que todas estas condiciones se cumplan -especialmente, la hora del final- evitar las primeras horas de la mañana o de la tarde- más a propósito para empeños intelectuales de mayor alcance- y acercar la reunión tanto como se pueda a la hora de la comida, de modo que en el peor de los casos, terminen por hambre. Segunda sugerencia: evite todas las que incumplan los requisitos anteriores, de modo que la gente se acostumbre a las reuniones breves e intensas o a que usted no comparezca. Desde luego, huya de aquellas, de moda en ámbitos burocráticos, que prevén segunda convocatoria si no hay quorum. El colmo.

@pacosanchez La Voz de Galicia

 

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