Reportaje EBD/ El día en que una terraza se ‘comió’ tu plaza

La privatización de suelo público en Ponferrada para instalar sin control comedores exteriores y terrazas no tiene por ahora límites
Plaza Fernando Miranda, prácticamente desaparecida del uso público para Feria del Libro, conciertos, Belén viviente…

A. J. García Nistal / M. Alija Al principio se trataba de un simple grupo de sillas y mesas en la Plaza de La Encina, epicentro de la ciudad. Un siglo después, ocupaban además parte de la plaza del Ayuntamiento e incluso otros puntos muy transitados como la plaza Julio Lazúrtegui o la avenida de España. Los coches, por entonces, se agolpaban en  semipeatonalizadas calles, en cuyas aceras la gente iba y venía, mientras los locales de moda, ahora llamados gastrobares y restaurantes turísticos, eran aún minoría.

Pero aquello no duraría. Ya los gobiernos socialistas de López Gavela comenzaron a urbanizar explanadas de cemento sin apenas sitio para unos pocos árboles y casi sin lugares donde sentarse. Ejemplos de ese desarrollismo urbano son lugares como la plaza Tierno Galván o la plaza República Argentina. Pero fue en la etapa de Alvárez y de López Riesco, esta vez gobiernos del PP, cuando la ciudad, a la par que se embellecía y crecía, daba licencias de terrazas a ‘mansalva’.

En esos años, los comercios tradicionales sufrieron un continuo acoso tras la irrupción de una nueva política económica, protagonizada por las grandes superficies de consumo y con una orientación de la vida social basada en el ocio hostelero.  Las generaciones de artesanos y las pequeñas tiendas tocaron a su fin.

Hoy,  lugares determinados de la capital del Bierzo cumplen los requisitos básicos para ser una típica y productiva plaza o calle con un mar de sillas en las que el ciudadano o el visitantes se puede sentar, si quiere y si tiene los euros correspondientes para una nada barata consumición. Casi no hay árboles, ni zonas ajardinadas, tal vez para que no haya que gastar  en mantenerlas y para no molestar a turistas y consumidores. Los bancos brillan por su ausencia, no vaya a ser que a algunos les dé por sentarse a charlar sin consumir.

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Normas y problemática

La separación  de 1.80 metros de la fachada del establecimiento para poner una terraza es de obligado cumplimiento. Esta norma se ha insertado con fines de tránsito y está especialmente pensada  para invidentes o personas con movilidad reducida que se sirvan de sillas de ruedas. También para los coches de los niños. El concejal de Urbanismo, Tulio García, resalta que “en caso de la imposibilidad por parte del establecimiento de ubicar las mesas con este margen de separación, el Ayuntamiento está planteado permitir adosarlas a la fachada siempre y cuando se cumplan unos requisitos de espacio al otro lado de la terraza, como por ejemplo que existan dos metros y medios de acera libre”. En numerosas ocasiones, las mesas y sillas ocupan zonas de paso en soportales, entradas o salidas de casas. Hay establecimientos que, careciendo de licencia, se suman a la ‘moda’ de sacar unos cuantos elementos para agrandar su capacidad de atención a los usuarios, esto es, de recaudación.

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Otros obstaculizan accesos a pequeñas calles muy transitadas y usadas para llegar a otros locales. Todo ello a pesar de que está comprobado que carecen de licencia de terraza. Incluso funcionan con horario de bar musical abriendo de par en par sus ventanas con la música a todo volumen, mientras en otros locales se exige aislar acústicamente con doble puerta. Pero la permisividad es tal que se ha llegado a cocinar a pie de ventana, sin extractores, expulsando directamente a la calle el humo… Los vecinos, hartos de denunciar, callan y aguantan.

“La ciudad tradicionalmente ha sido un espacio de reproducción social, donde se producen relaciones, y no sólo de producción. Esto se enfrenta, choca, con el valor de cambio que supone la ciudad como el último de los espacios donde extraer rentabilidad. Como ya no sabemos qué privatizar y además las grandes empresas han trasladado sus factorías y la máquina del capital ha de seguir funcionando, pues los espacios de la ciudad se convierten en un recurso más a ser explotado”. Son palabras de José Mansilla, miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano.

Mansilla añade que  “las terrazas de los establecimientos hosteleros se utilizan para ocupar el espacio público, pero esto es solo parte de una forma de entender la ciudad que se establece mediante el urbanismo y las ordenanzas. Es el llamado modelo neoliberal, en el que la ciudad está en venta y sus espacios e infraestructuras también: si ha comprado una entrada para ver una obra en el Teatro Calderón de Madrid y va en metro, se bajará en la estación Vodafone Sol y entrará en el Teatro Häagen-Das Calderón”.

Sobre explotación de terrazas

El proceso de Ponferrada no es algo singular o genuino. Ha sido similar en numerosas urbes. Barcelona es un claro ejemplo. Para mitigar el ‘comporamiento incívico’ de los jóvenes de la generación del botellón, el Ayuntamiento, como todos, tienen la excusa perfecta para implementar lo que los técnicos llaman  ‘medidas de urbanismo preventivo’. El clásico banco donde cuatro personas se pueden sentar en línea es sustituido por bancos individuales, alejados unos de otros, de tal forma que no se invita a conversar y a permanecer un tiempo, son solo elementos decorativos de diseño.

Sin embargo, esos ‘comportamientos incívicos’ no se tratan, tan solo se desplazan del centro porque no se interviene en las causas sino tan solo en los efectos, afirma José Mansilla. De esta forma, la ciudad se convierte en un espacio al servicio del sector turístico y hostelero.

Las zonas verdes desaparecen sepultadas por enormes espacios minimalistas de cemento o piedras poco trabajadas. Si el recinto tiene categoría de parque o jardín se valla, se cierra. Priman las superficies allanadas y de cemento donde, a posteriori, puede ser mucho más fácil crear un parking subterráneo sobre el que ubicar más bares y terrazas. No hay lugar para nuevos espacios ajardinados para el uso y disfrute de personas mayores o niños.

Jon Aguirre, arquitecto y paisajista de la firma Paisaje Transversal, sostiene que “las terrazas pueden ser un elemento de vida urbana, pero cuando la vivencia del espacio público se reduce a éstas, se está produciendo una privatización del espacio público”. Así, para él, las ciudades españolas registran una “sobreexplotación de terrazas sin equilibrio entre el ocio consumista y el no consumista”.

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Suelo público, explotación privada

Lo que está generando un auténtico fenómeno de opinión pública  no son solo las medidas de regulación de las terrazas, que no se cumplen, sino el cambio de modelo de explotación de los bares hacia una encubierta explotación de suelo público a manos privadas, sin previa compra o a través de una importante contraprestación para las arcas municipales. Bares y cafés que se suman a la moda de la comida de tapas y platos encubriendo las obligaciones, también fiscales, de restaurantes, con otro tipo de normas más exigentes y caras. Y crece el fenómeno de las estructuras fijas, que nada tienen que ver con las terrazas de elementos móviles o portátiles del verano.

Suelos, tarimas, instalación eléctrica, calefacción, pulverizadores de agua, hilo musical… Todo lo que convierte una terraza, por arte de magia, en un comedor exterior permanente. ¿De quién es esa superficie? ¿Qué pasa a efectos de seguros y accidentes? ¿En unos se permite fumar y en otros, cerrados tres de sus cuatro lados, no? ¿Para qué pagar un local mayor, con más impuestos, si puedo montar mi terraza cerrada en la calle?

El nuevo gobierno local quiere poner coto a esta selva sin control. Se recopilan datos para iniciar expedientes por “infracción urbanística grave” a las terrazas cubiertas. El resto de ilegalidades serían infracciones de la ordenanza respecto al número y colocación de veladores, pero las de algunas estructuras fijas serían, con la ley en la mano, infracciones urbanísticas graves, nos aseguran los expertos municipales.

Hace pocos días, la nueva alcaldesa, Gloria Fernández Merayo, explicó que los cobros del impuesto de terrazas no se pasaron en primavera. Para Merayo la razón estaría en el interés o en el parón electoral de la etapa Folgueral. Desde el día 20 de agosto, los hosteleros disponen de dos meses para pagar de forma voluntaria el canon con el que se espera que 100.000 euros entren en las arcas municipales. Pero también se prevén interminables reclamaciones para retrasar los pagos e intentar frenar las denuncias que a buen seguro esperan sanción.

De esta forma, por impago, “todas las terrazas de Ponferrada serían ilegales”, según el concejal de Urbanismo, por tanto es difícil sancionar a cualquier establecimiento que incumpla la normativa pues todos están fuera de ella a día de hoy al no haber abonado el canon. “Si el Ayuntamiento impone una sanción a uno de los bares estaría cayendo en un comportamiento discriminatorio”, explica Tulio García. Adelanta además, que como es común en otras ciudades, se es más permisivo con las renovaciones de licencias, por tener tras de si una trayectoria, que con la concesión de nuevos permisos. Pero hasta el cobro del impuesto, poco se puede hacer o se va a hacer.

Mientras tanto, un local tiene plantada su terraza en zona de carga y descarga con la señal de prohibido cual elemento decorativo y provoca que los camiones estacionen al otro lado de la calle y que hayan sido multados por ello. Y en otros lugares, se duplican la terraza  sin tener la licencia aún concedidas.

Sálvese quien pueda

“Si no eres turista o consumidor sobras”, viene a decir el modelo que se ha extendido en la ciudad. “Habría que impulsar una serie de mejoras en las plazas en cuanto a generar diseños que permitan esa relación entre las personas, desde poner bancos a árboles, pensar cuáles son las necesidades de un espacio público, pero haciéndolo con la vecindad”, explica el arquitecto Mansilla. “Es necesario un cambio de gestión del espacio público, lo que atañe a las ordenanzas en relación con las terrazas, que deberían limitar las zonas ‘comidas’ a calles y plazas”. La idea de cuidar lo que se siente suyo va calando en las nuevas políticas municipales más avanzadas. Lo que resulta “el colmo”, según todos los técnicos consultados, “es seguir quitando a los vecinos su espacio incrementando sus problemas de vistas, ruidos y obstáculos”.

Pero la gran pregunta es: ¿Quién le pone el cascabel a este gato?

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