Ratzinger

El mero hecho de escribir su nombre ya supone una dificultad para quienes somos hispanohablantes. Este hombre excepcional, porque hizo cosas excepcionales, siempre me induce a un mundo de reflexión e intimismo más propio de la poesía que de un sentido de fe entendida en una clave histórica tradicional.

Benedicto XVI es un Papa  que aglutina en su cabeza un intelecto privilegiado que puso al servicio de la fe. Tan privilegiado que considero que no fue muy bien entendido ni valorado por muchos católicos quienes lo consideraban distante y falto de calidez. Personalmente nunca tuve esa sensación.

Las personas intelectualmente brillantes y de mente privilegiada suelen producir en nosotros cierta desconfianza porque instintivamente percibimos una inferioridad que atenta contra nuestra seguridad. No cabe duda de que la superioridad intelectual es una forma más de superioridad lo queramos reconocer o no. Si a ello le añadimos unas pequeñas dosis de soberbia propia de las que nadie carecemos, esta sensación de peligro en nuestro ADN se puede convertir en una envidia poco cristiana. Tener más conocimiento y pensar más rápido y mejor que los demás se puede convertir en un problema para el intelecto privilegiado. No lo digo por experiencia sino porque así lo afirman los antropólogos.

Por otro lado, Ratzinger es alemán por lo que no le podemos ni debemos exigir que vaya repartiendo besos a todo el mundo como es tradicional en nuestra tierra. Sí que le podemos pedir que nos invite a una buena cerveza pues no tendría perdón de Dios si nos convidara a este líquido elemento y fuera de mala calidad. Me permito recordar que el emperador Carlos, nuestro Carlos, venido de tierras centroeuropeas y bebedor de cerveza tuvo sus problemillas con nuestros ancestros por beber precisamente cerveza y no abusar del vino como se esperaba de todo un emperador. Me consta por fuentes bien informadas del Vaticano que Benedicto XVI cuando invita a cerveza esta es de gran calidad, aunque eso sí de forma sobria y sin excesos. Bueno, en esto último no es un ejemplo de buen alemán.

Soy de los que considero que para intentar descifrar la personalidad de una persona nos debemos centrar principalmente en su mirada y en su sonrisa. Ratzinger tiene una mirada limpia e inquieta, al mismo tiempo que tímida. Limpia y directa, inquieta que denota su curiosidad y tímida propia de un estudioso que vive entre el mundo intelectual y la realidad cruel que le rodea. Me gusta este hombre.

Supongo su sufrimiento consecuencia de no poder compaginar la práctica con sus ideas. Cuanto más capaz e inteligente eres, más claras ves las soluciones, pero si no hay quien te acompañe en la implementación de las mismas, las circunstancias pueden terminar por abrumarte. También supongo que esto fuera definitivo en su toma de decisiones que culminaron con su renuncia.

No me canso de leer a este teólogo para quien armonizar razón y fe no supone ningún problema. Es más, las suma y multiplica con ello las virtudes esenciales de ambas. También debo confesar que habitualmente necesito leer varias veces algunas de sus exposiciones para entender sus proposiciones.

Finalmente, me atrevo a afirmar que este hombre mantendrá interesantes discusiones con Santo Tomás cuando sea llamado por el Creador a su lado. Se puede preparar una buena tertulia que nos hará pasar más rápido la eternidad. Digo que nos hará porque daría lo que fuera por estar de pasmón como decimos por aquí junto a estos dos gigantes de la fe cristiana. También lo digo porque confío plenamente en la indulgencia del que todo lo perdona y a todos ama.

 

 

 

 

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