Raquel Gago nunca pensó en su juventud ser policía. Su vocación era el magisterio. Quería ser maestra. Pero no podía esperar para resolver su futuro y las oposiciones a Policía Local de León salieron antes que las de Magisterio. Y se presentó. No tenía vocación, pero necesitaba un puesto de trabajo y, a ser posible, de funcionario, de los de para toda la vida. Y así fue. Aprobó las oposiciones a policía local. Entonces los exámenes no eran como los de ahora. La prueba psicológica era un test. Lo que primaba eran las pruebas físicas.
Y Raquel aprobó. Y la enviaron a la Policía de Barrio, un trabajo sin mucha responsabilidad. Ya se sabe, vigilar las entradas y salidas de los colegios, hacer cumplir las ordenanzas municipales, controlar los puestos de los mercados y las terrazas de los bares, y acompañar procesiones de Semana Santa y otros actos protocolarios. Nada peligroso ni nada que requiriese el uso sistemático de las armas.
Porque en la corta sesión del juicio de esta mañana ha quedado acreditado, gracias a los testimonios coincidentes de varios policías locales, que a Raquel no le gustaban las armas y eso que debía de llevar consigo siempre su arma reglamentaria y, al menos una vez al año, hacer prácticas de tiro. El arma era una herramienta inútil de trabajo para Raquel. Nunca la desenfundó en horario de servicio. La llevaba prácticamente de adorno.
Los testimonios de todos los policías locales que declararon ayer en el juicio dejaron bien claro, asimismo, que Raquel era una policía más bien parada, muy retraída, que nunca tomaba la iniciativa, que se arrugaba en los momentos de tensión, que se echaba para atrás y que se apartaba de todo lo que pudiera significar peligro o un mínimo de violencia. Lo curioso es que a pesar de esta actitud, nunca ningún compañero de patrulla se quejó a sus superiores de esta actitud totalmente pasiva, que en algún momento hubiera podido suponer un peligro para la pareja de patrulla al no sentirse con las espaldas cubiertas. Nunca nadie elevó una queja sobre la actitud de Raquel. Y así lo testificó en su día el propio jefe de la Policía Local de León, quien aseguró no haber recibido nunca queja alguna sobre el trabajo de Raquel. Y, es más, el jefe llegó a decir que Raquel era una buena policía.
Estos testimonios unánimes deben hacer pensar a más de un ciudadano de León en qué manos se encuentra la Policía Local y, en concreto, la seguridad y el mantenimiento del orden en puestos claves como las puertas de los colegios. Pero ese es otro debate que deberían sustanciar sin demora los responsables de la Policía Local y del Ayuntamiento. ¿Cuánto/as policías locales hay ahora mismo en el cuerpo de León con iguales o parecidas actitudes a las de Raquel? Da miedo esperar la respuesta.
La defensa de Raquel consiguió ayer, por encima de la propia credibilidad y reputación de la Policía Local de León, dejar claro que a Raquel no le gustan las armas, que era fiel cumplidora de su trabajo, pero sin iniciativa, de actitud poco participativa por no decir totalmente pasiva, pero que nunca desobedecía las órdenes recibidas, a la vez que siempre cumplía con los horarios y las rutas de patrulla encomendadas. La defensa trata de demostrar que Raquel nunca pudo abandonar su servicio de policía para hacer seguimientos de ningún tipo y que el uso de las armas le daba repelús, por lo que muy mal pudo participar en un plan orquestado para asesinar a Isabel Carrasco.
Todos los policías que ayer testificaron dijeron prácticamente lo mismo: Raquel era una buena policía, pero muy introvertida. Y, eso sí, amable, cordial, educada, disciplinada, profesional y que nunca hablaba de su vida privada en el horario laboral. Salvo con otra mujer policía, con la que sí se abrió un poco más – sin duda por la solidaridad de género en un mundo machista- y hasta le llegó a presentar un día a su hermana, padres e incluso a Triana. Y nunca ninguno de sus compañeros, pareja de patrulla, superiores o jefes, nunca, dieron una queja sobre ella, aun reconociendo que su carácter pasivo podría comprometerles y ponerles en peligro en un momento dado de tensión o violencia. A pesar de ello, nunca nadie se quejó.
Ante tal coincidencia de testimonios, la conclusión estaba clara: todos los policías compañeros de Raquel se sorprendieron de su presunta implicación en el crimen, primero por ser policía y, en segundo lugar, por ser bien conocida la actitud pasiva de Raquel.
Misión cumplida de la defensa: Raquel nunca tuvo madera de policía y, por consiguiente, nunca debió reunir el coraje suficiente para participar en el asesinato de Carrasco. ¿De dónde iba a sacar una policía timorata y miedosa el valor para participar en un asesinato? Esta es la duda razonable que la defensa de Raquel ha trasladado hoy a los miembros del Jurado con la complicidad y sentimiento unánime de todos los policías locales que se han turnado hoy en el banquillo de los testigos.
La otra duda, pero ya ajena al juicio, es en qué manos hemos delegado los ciudadanos de León la seguridad de nuestras calles y, sobre todo, la de nuestros hijos. Dios mío.