¡Qué vienen las elecciones!

¡Qué bien, otra vez elecciones! En esta democracia nuestra ya entrada en los 40 volvemos otra vez a las urnas para dilucidar quién, o quienes, decide la ciudadanía española que nos representen durante los siguientes cuatro años.

Recuerdo la época de los primeros 80, cuando la democracia y yo éramos pequeños, cuando me dominaban los pantalones de pana y las cazadoras de aviador, dominio impuesto por mi madre claro está, y llegaba el tiempo de elecciones. Aparecían entonces por el pueblo los seat, ya sea un 127 o un 124, con los altavoces en el techo, donde sonaba, bueno, más bien se berreaba, la melodía pegadiza escogida por el partido político de turno y, al dejar de sonar esa música apabullante, se oía un no menos engorroso galimatías de palabras y eslóganes fáciles animando a la gente a votar a ese partido. Recuerdo especialmente una vez que el coche en cuestión, un 124 sino recuerdo mal, venía de la carretera de Lumajo y estaba girando para incorporase a la general que iba de Villaseca a Villablino, a la altura de la fuente de la plaza. Todavía tengo la imagen de cómo se paró y el conductor nos animó a los pocos niños que habíamos allí a que nos acercáramos al coche. En un pueblo todo el mundo conoce a todo el mundo, así que nos acercamos, un poco temerosos al principio, pero cuando vimos que nos daban chuches y globos, “pa que fue aquello muchacho”, menuda algarabía se montó. Y una vez que terminó el reparto, cada uno de los que estábamos allí nos fuimos a nuestras casas contentos como unas castañuelas. Yo corrí hasta casa e hice que mi madre me inflase el globo y lo anudase para poder jugar con él en la habitación, mientras muy seriamente le decía que lo mejor para el país era votar al partido del logo que había pintado en mi globo recién hinchado. Mi madre se reía de mi bendita inocencia y me decía, con toda la razón, que cómo ella iba a votar a un partido sólo por un globo y cuatro chuches.

Ha pasado el tiempo, bastante, la verdad, tanto que ya ni me acuerdo cuando empecé a perder esa inocencia que tanto hacía reír a mi madre. Sin embargo, según va llegando todo este circo mediático que rodea a la celebración de unas elecciones, me queda más claro que nos siguen ofreciendo lo mismo: un globo y cuatro chuches para que les votemos. Claro que la cosa ahora es más sofisticada, ya no hay seats con altavoces en el techo, ni cintas de casete grabadas con los eslóganes. No, que va, esa inocencia también se ha perdido. Ahora todo aquel o aquella que aspire a gobernar este país (¿he dicho gobernar?, perdón quería decir gestionar para los que verdaderamente gobiernan) tiene que ponerse en manos de expertos en comunicación verbal, comunicación no verbal, expertos en marketing, marketing digital, en imagen, expertos en redactar esos discursos tan bonitos que no hacen más que soltar frases ocurrentes y pequeños eslóganes con los que captar la atención del cliente. Esto… del elector, perdonen el lapsus. Y esto que he dicho es una pequeña muestra de toooooda la legión que acompaña al líder del partido en su periplo por las Españas tratando de conseguir el voto para su partido. Ya no queda inocencia en el arte de la política. Por un lado está bien, diría alguno de ustedes, la inocencia es incompatible con la madurez. Pues mire usted (este usted se debería leer con ese acento del primer Aznar que no hacía más que decirle a Felipe eso de, ¡váyase señor González!) la madurez es muy compatible con la inocencia, se lo digo yo. Lo que no es compatible, ni con la madurez ni con nada, es la desvergüenza de la clase política de este país, de sus líderes (¿líderes?, disculpe que me ría, pero tranquilo, lo haré bajito para que no se me oiga mucho) que se nos presentan como trasnochadas figuras del espectáculo que hacen todo lo que sus expertos asesores les dicen que tienen que hacer. ¿Que el feminismo es lo que se lleva? Pon más mujeres detrás del atril que las encuestas dicen que falláis en el voto femenino. Y los de la izquierda tenéis que decir que “nosotras por ser de izquierdas, somos más feministas que esas que son de derechas, o que las liberales, que aquí si no se es de izquierdas no se puede ser feminista”. ¿Que hay un debate? Pues usted, como presidente que es, se me pone una corbata azul para transmitir la serenidad del gobernante, alguien en que se puede confiar, ¿me entiende?. Sí, sí, claro, ¿pero podré decir que somos los únicos que molamos más que los demás? Bueno, sí, mejor diga usted que son los únicos que pueden cohesionar el país, que es más elegante: ¿Oiga, y yo qué? Bueno, usted con corbata roja que hay que transmitir determinación para gobernar España. Bien, bien… ¿y qué puedo decir yo? Pues diga usted lo de siempre, que se rompe España, y ustedes, los de la ultra derecha, pues digan que España ya está rota, vale?.. Vale, vale ¡¡Viva Franco!!. Vamos a dejar a Franco en paz por ahora, eh? ¿ Y yo, y yo que digo? Pues usted, a ver… usted lleve la corbata que quiera, memorice que es lo mejor que dice cada uno y cuando le toque hablar diga que todo eso que se ha dicho ya lo dijo usted antes, ¿vale? Vale, vale…. Oiga que falto yo. Usted no me ha contratado caballero, córtese la coleta primero y después hablamos…

¿Dónde ha quedado la inocencia de los ideales querido Berlanga? Ya no hay debates ideológicos, sólo vendedores que quieren que compres su marca con tu voto. Habrá que decirle a Seat que vuelva a sacar los 124, no sé, quizás así se pueda recuperar un poco de honestidad moral en la política española…. Aunque lo dudo. ¿Ustedes no?

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