Puigdemont o la venganza de Felipe de Montmorency

Bien sabía el señor Puigdemont la covacha que escogía cuando, en el maletero de un coche, huía de España.

Al cabo de más de cuatro siglos, el alma belga sigue presa de D. Francisco Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba y ponedor de huevos y de orden en las tierras bajas del Flandes español.

Tan presa, que encontrar vestigios españoles del par de siglos de su hegemonía en aquellas tierras es bastante difícil, teniendo, si se quiere encontrar algo, que hacer un hoyo en la avenida construida sobre las ruinas del palacio de Carlos V, en el mismo centro de Bruselas. Y eso si se está en el secreto.

Del señor Montmorency, su cabeza rodó en la Plaza Grande de Bruselas el 5 de junio de 1568, después de cambiar sus fidelidades, del rey de España, a los independentistas de la época: Guillermo de Orange y otros. Eso sí, durante décadas se forró en honores y dineros a la vera del rey español, D. Felipe II, que hasta le concedió el Toisón de Oro.

Y como el señor Montmorency, otros tantos, o muchos, que al “Tribunal de los Tumultos” instaurado por D. Francisco no le faltó trabajo.

Y del mismo modo que en tantas otras peripecias de los españoles por el mundo más allá de sus fronteras –e incluso más acá– en aquel Flandes quedó un reconcome de venganza no satisfecha, de compensación ausente, de coitus político interruptus que, en cuanto se presenta la ocasión de hacerle inclinar la cerviz al rey de España o, más propio de estos tiempos, a los españoles o a sus instituciones a la mano –en este caso a la Justicia–, no la dejan pasar, como ha quedado claro después de dos años con la llegada entonces, en un maletero, de un presidente español ¡y además catalán!

 

Juan M. Martínez Valdueza

19 de Diciembre de 2019