Pudor

Generalmente, el término “pudor” se vincula a situaciones relacionadas al sexo o con el desnudo.

Es cierto. No obstante, también se puede aplicar a otras situaciones o momentos de la más variada índole, desde el rubor que puede experimentar una persona tímida al hablar de  sí mismo, o de sus logros, hasta vergüenza que puede sentir alguien ante una situación determinada.

Algunos de sus sinónimos son: honradez, conciencia, decencia, vergüenza, decoro, integridad…

Si un funcionario adopta una medida, toma una decisión o emite un informe, sabiendo que es injusto o que se aleja de la realidad, está cometiendo un delito: prevaricación. Quizá el delito más grave que puede cometer un funcionario o un político, en el ejercicio de sus atribuciones.

En estos casos, una vez comprobados los hechos, se le aparta del servicio y se adoptan las medidas disciplinarias correspondientes, que pueden ir desde una suspensión de empleo y sueldo hasta la expulsión del puesto de trabajo.

Hasta aquí, nada que no sepa usted, amable y paciente lector/a, que, probablemente, estará pensando que se me ha “ido la pinza”, como dicen ahora.

Viene todo esto a cuento, porque me he estado haciendo unas cuantas preguntas estos días: La Agencia Tributaria ha emitido un informe en el que no ve ni rastro de  delito en lo que algunos malintencionados ven como posible fraude fiscal del Partido Popular,  por el impago del impuesto de sociedades correspondiente  a donaciones de dinero negro  recibidas en 2008.

Todos sabemos que, dicho así, la Agencia Tributaria, es una especie de ente abstracto, sin alma, sin sentimientos. Y sin cara. De forma que el asunto se diluye un poco:

–¿De quién es el informe? Preguntamos.

–De la Agencia Tributaria.

–¡Ah! Bueno.

Pero los informes los elabora una persona de carne y hueso, seguramente con familia, seguramente con amigos con los que, a veces, toma una caña y habla de fútbol.

¿Podrá el funcionario que redactó el dictamen mirar a sus hijos a los ojos, cuando les hable de los valores más preciados en una persona, como la honradez, la decencia o la integridad?

¿Seguirá jugando al mus con sus antiguos compañeros de la facultad y aguantará su mirada cuando vigile a ver si sus contrincantes se pasan alguna seña?

Y, cuando se cruce con su jefe –ese de la sonrisita de conejo– por el pasillo, ¿sonreirá  también, enseñando los dientecillos, y se meterá en su despacho descojonándose de la risa, recordando la comparación del  Partido Popular con Cáritas o con la Cruz Roja?

Y el jefe, ¿hará un vídeo promocional apelando a la sensatez y sentido de la responsabilidad de los españoles, ahora que se acercan las fechas de la declaración de la renta?

Son, todas ellas, preguntas retóricas. No espero respuesta, pero todas ellas tienen que ver con el pudor o, más bien, con sus antónimos.

Me queda sólo otra, a la que me gustaría que alguien contestara:

¿Pensará Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, responsable máximo de la Agencia Tributaria, jefe del autor del dictamen, que los españoles somos gilipollas?