Me envía la fotografía de su almendro florido un familiar que tiene la gran suerte de vivir en un chalet a orillas del mar y además con un jardín donde solazar y distraerse. Estoy seguro que este año lleva más horas realizadas en tareas al cuidado de su vergel particular que ningún otro. Cosas del encierro.
Lo cierto es que la foto con el estallido de flores a modo de jardín de diseño japonés es un deleite para la mirada perdida, entre las paredes de la reclusión, y un elemento de ensoñación de tiempos pretéritos mil veces mejores.
Pero caer en la ensoñación no significa que el espíritu se abandone a la nostalgia. Necesaria pero en dosis abultadas maldita para el estado mental de la persona. Conocí a una madre que a la muerte de un hijo quedó sumida en un reloj atemporal y nada ni nadie la pudo sacar de ahí.
La parte positiva de esa imagen floral viene dada por la carga de vitalidad y de un anuncio de futuro más bello y libre que nos resta a todos por llegar. El fin del mal que azota en esta ocasión a la humanidad está cada día más cerca, y con la primavera como aliada, la lucha que nuestros verdaderos héroes libran se encuentra cada vez más cerca. Miles son los panaderos, los trabajadores de la alimentación, los transportistas, las fuerzas de seguridad, militares, personal sanitario, limpiadoras, farmacéuticos, personal de agua, basuras en cada ciudad y tantos y tantos otros.
Pero no sólo el Gobierno se ha tenido que poner en modo on line, 2.0, docentes, profesores de casi todo, alumnos, madres y padres, abuelos y hasta tertulianos en la red. En medio de toda esta conexión global, que a la fuerza han entrado muchos, sirva el recuerdo de todos aquellos puntos en sombra de la Castilla y León rural. Ni telemedicina, ni teletrabajo, ni nada que se le parezca. Eso sí, llevamos años anunciando la llegada de internet a nuestros pueblos. La revolución digital se acerca. Mientras tanto, confórmense con la flor de los almendros.