Presente continuo

Pensar de vez en cuando no es mala cosa. Incluso nos puede dar respuestas que, por simples, no dejan de ser magníficos sedantes para calmar la tropelía mental en que vivimos generaciones enteras, enfrentadas unas con otras, sea por ideología, sensibilidad artística, actitud ante la vida o por la simple apariencia.

Pensar es, cuando menos, un camino al alcance de todos y que todos podemos transitar. Aunque, por suerte o por desgracia, muy pocos se atrevan a hacerlo. Bueno, lo de “atreverse” no es correcto porque pensar no exige ningún tipo de valentía sino otra cualidad –virtuosa también– mucho más barata: serenidad. (“Y buenos alimentos”, que diría mi tío Ezequiel mientras se comía un huevo frito a la hora de la cena, como cada noche y hasta el día de su muerte, después de sentenciar un reposado pensamiento)[1].

Tres premisas para lo que sigue: la primera, que desde que el hombre es hombre –y esto lo saben muy bien los antropólogos– quien corta el bacalao, el chicharro y todo lo que pueda colgar de un anzuelo o terminar en una red, es una minoría y los demás a bailarles el agua y aquí entramos casi todos.

La segunda, que en esto de pensar nadie puede sentar cátedra si exceptuamos a los miembros del claustro, sea este religioso, militar o académico –y por ese orden–, tres patas de un mismo banco que nos han traído y nos traen por el camino de la amargura y si no echen un vistazo a la Historia con mayúsculas o, por hacerlo más fácil, a este presente nuestro.

La tercera, la más importante, que gracias al libre albedrío –esa cualidad innata vaya usted a saber por qué–, cada uno de nosotros es o puede ser una excepción y nada de lo dicho vale o puede no valer, que como seguramente sabe usted y si no yo se lo digo, en la duda está oculta la verdad por mucho que se enfaden los miembros de los citados claustros, tan seguros ellos de sí mismos y tan letales para nuestras aisladas vidas.

Lo cual nos lleva a lo que desde el principio quería decir y casi no llego por el afán de concentrar en unas pocas líneas un fárrago digno de mayor atención y que no hay manera: nuestra vida es un “presente continuo” y eso explica todo. El “presagio” de ayer se torna en “realidad” hoy siendo mañana “historia”. Así de fácil.

Claro que esa “historia” es nuestra historia y solo nuestra. Los que vienen por detrás crean la suya destruyendo la nuestra[2]. Crean por oposición y así la humanidad avanza. Eso creen con fe ciega y desprecio manifiesto, como nosotros creímos y despreciamos. “Ley de vida” deberíamos decir los viejos –y hasta aquí llego, que yo me salgo–, pero no lo dicen. Ponen a parir a los que llegan –ven que me he salido– porque no piensan.

Y así, sin pensar, carecen del consuelo de saber que, unas generaciones adelante, no muchas, su historia volverá a ser la Historia, con mayúsculas. Así de fácil.

 

Juan Manuel Martínez Valdueza

24 de septiembre de 2016

 

 
[1] Mi tío Ezequiel pensaba mucho y, siendo guardia civil por los años cincuenta, “hacía” la Vuelta Ciclista a España transmitiendo las novedades dándole al “morse” con una celeridad pasmosa. Hasta inventó un aparatito que duplicaba la velocidad de transmisión por lo que fue premiado. En los sesenta entró en Radio Nacional de España hasta su retiro en los ochenta. Su frase favorita: “No comprendo que un trabajador pueda ser de derechas”. Ya ven, lo de la transversalidad en política todavía no se había inventado o mi tío no la entendía, a pesar de que pensaba mucho.
[2] Destruyendo la historia y a la gente con ella. Quiero recordar aquí a Ricardo Baroja (1871-1953), magnífico pintor (sus grabados le convierten en continuador de la obra de Goya) y prolífico escritor, a quien su hermano menor, Pío el antipático, le tildó de “náufrago” por sus fracasadas aventuras políticas y culturales. Barrido por la Historia y por el éxito de su propio hermano, Ricardo, Premio Cervantes en 1935 por su novela histórica La nao Capitana: cuento español del mar antiguo, les saluda de mi mano y les invita a conocer su obra, parte de la cual pueden encontrar en la Biblioteca Digital Hispánica.

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