Política y políticas públicas no son lo mismo, los anglosajones lo tienen claro y les dan un nombre diferente: politics para la primera y policies para las segundas. Aquí lo confundimos todo. Y es que más allá del juego de poder y de las luchas entre partidos -y dentro de cada uno de ellos, las más ‘cruentas’- que es en lo que se ha convertido la política, nuestros gobernantes parecen olvidar demasiado a menudo que les elegimos para que solucionen los problemas de la sociedad, para que lideren esa aspiración colectiva a vivir en un mundo mejor. Y para eso están las políticas públicas, que abarcan todos los campos: sanidad, educación, deporte, juventud, movilidad, medio ambiente, urbanismo… para dar soluciones específicas a los problemas públicos.
Así, de un político se espera, como sabe cualquier estudiante de Ciencias Políticas -por cierto, ¿no creen que se debería profesionalizar la política?-, que, al menos, sepa formar una agenda en la que establezca cuáles son esos problemas públicos, los ordene por prioridad y busque soluciones conjugando viabilidad técnica (tengo estos recursos, estas alternativas, estos costes, etc.) con viabilidad social, para después implementarlas y, muy importante, evaluarlas.
Además de una planificación -las ocurrencias se pagan-, la acción política necesita también de diálogo y consenso, algo cada día más difícil en este país. Tal vez el verdadero problema sea el dar por sentado que la prioridad de nuestros políticos, en los distintos gobiernos y en la oposición, es solucionar los problemas generales, pues parece que están más centrados en su futuro político y en el de las siglas que representan. Las elecciones ya se otean en el horizonte. En ocasiones, parece que lejos de buscar soluciones a problemas reales quieren dar soluciones a problemas que ellos mismos crean en un intento de justificar sus pretensiones, su mera existencia política.