Esta profesión nuestra, tan denostada por el intrusismo e infravalorada en su aspecto retributivo, es, una y mil veces más, protagonista anónimo de una y mil vidas, circunstancias y medidas en esta pandemia que nos azota. Y el periodista afirma esto porque hoy más que nunca las audiencias digitales se han disparado en estos días. Se nota que el público tiene más tiempo e interés en conectarse al mundo y cuanto acontece fuera de su recinto doméstico. Arresto domiciliario menor que Dios te crió.
Los gobiernos de las distintas administraciones a escala utilizan a los medios para llegar a la sociedad en sus mensajes para que, como en un todo, esto que llamamos sociedad funcione con algo de coherencia. Algún alcalde y algún empresario repiten por las redes sociales los roles que ven acontecer en Madrid, en Valladolid o en el pueblo de al lado. Muchos han descubierto su vocación frustrada de influencer de andar por casa. Y se les nota.
Las redacciones, como en otros muchos sectores, no han parado, todo lo contrario, han seguido narrando la actualidad de la vida que pasa con más dificultad al no acudir muchos físicamente a su lugar de trabajo, moverse por la ciudad o tener que compartir las cargas familiares además de las laborales.
Algo tienen que hacer los que mandan por todos esos autónomos, pequeñas y medianas empresas que se han visto de la noche a la mañana sin facturación y con la inminente e indecente obligación fiscal. Como bien reza el castellano: A perro flaco todo son pulgas. Y sin embargo, los medios, en especial los locales, siguen ahí, al pie del cañón, sobreviviendo a la competencia pirata y a las debilidades coyunturales. Reuniones por skype, videollamadas a tres bandas… Las posibilidades tecnológicas en la sociedad digital son casi interminables. Aún así, el desayunar en tu bar habitual con el ABC entre tus manos es una sensación perdida que se echa de menos. El espacio de esta columna se termina cumplido el propósito de no mentar la palabreja «coronavirus».
Vaya, piqué.
En ABC