Una semana después de que comenzara a nevar en Madrid he recorrido el centro. Un paseo nocturno entre la sorpresa y el asombro. La disculpa para la salida tras días de encierro era asistir a un concierto, una excentricidad en estos tiempos de alertas rojas, confinamientos y toques de queda.
La sensación que te va envolviendo al ir pasando por la Gran Vía es extraña, como si se estuviera en una ciudad desconocida. Hay poco tráfico, a pesar de ser fin de semana, pero el atasco persiste: solo hay un carril abierto para todo tipo de vehículos, que intentan avanzar entre autobuses, evitando las montañas de nieve helada que forman un muro a cada lado. Sigue haciendo frío y hay que tener cuidado con el hielo que se puede formar en cualquier superficie húmeda. Además, si se sale a las calles cercanas, hay que conducir evitando a los peatones, que utilizan la calzada al estar las aceras llenas de nieve. Incluso en bastantes zonas hay cintas de la policía avisando del peligro si se pasa cerca de los edificios, ya que puede caer en cualquier momento la nieve acumulada en el tejado. En algunos asoma amenazante, comenzando a inclinarse hacia abajo, al resbalar empujada por su propio peso.
Solo pasan trabajadores que regresan a casa o jóvenes que quieren iniciar la noche antes de que cierren los bares y restaurantes. A partir de la medianoche ya solo se puede continuar la juerga en casa, y eso si no te denuncian. Apuran la noche porque la semana comienza con una hora menos: a las once, toque de queda.
Algunas calles son todavía una sucesión de obstáculos. Hay coches casi ocultos bajo la nieve y las ramas que se han desgajado de los árboles al no poder soportar el peso de la nieve. En las calles principales, donde sí han actuado las quitanieves, se acumulan en los bordes grandes montones de nieve sucia. Recuerda el paisaje de las ciudades llenas de escombros tras un terremoto.
Dicen que no nevaba así en Madrid desde 1904. A pesar de los avisos la sorpresa fue general. Como ahora casi siempre hay alerta por algo, muchos ya no le dan importancia. Comenzaron a ver que esta vez iba en serio al quedar atrapados con el coche en la calle o en las autovías de circunvalación: miles de coches abandonados en la M-30 y la M-40 mientras su ocupantes intentaban llegar a una estación de metro. Pocas horas después, otros lo utilizaban como remonte, para subir todo el paseo de la Castellana y después bajar esquiando.
Así es la complicada sociedad dual de este momento. La nieve ha sido una sorpresa de la que muchos han disfrutado. Quedarán en la memoria imágenes inolvidables, también esos momentos pasados mirando como caían los copos sin cesar tras horas y horas, dando la impresión de que no iba a parar nunca. Otros no ven forma de superar otro inconveniente más: no han podido ir a trabajar o no han abierto el negocio por falta de suministros. La gran nevada ha hecho olvidar por unos días que los contagios de coronavirus no dejan de aumentar. Y se da la misma separación entre los que no quieren saber nada de restricciones y confinamientos y los que sufren, como enfermos o como sanitarios, esta pandemia interminable. Y de remate, tras la nieve, la contaminación, restricciones de tráfico ante el incremento de dióxido de nitrógeno.
Veo que la nevada no ha despegado el anuncio de una valla publicitaria con un mensaje muy repetido en las redes sociales al iniciarse el año: “Por fin, 2021”. Tal como ha comenzado igual hay que dejar en suspenso el deseo.
Ángel M. Alonso Jarrín
@AngelM_ALONSO