E.F.G. / Ical La localidad vallisoletana de Foncastín quedó casi desierta este domingo. La mayoría de los vecinos tenían una cita pendiente con la nostalgia, los recuerdos y los afectos a 200 kilómetros de distancia. En lo que fue su pueblo leonés o el de sus antepasados, Oliegos, desalojado hace casi 72 años por la construcción del embalse de Villameca, les esperaba el regreso a un lugar para muchos únicamente imaginado pero cercano por los testimonios de sus padres o abuelos y para otros principalmente emotivo por pisar el suelo, ahora convertido en fango reseco, por el que caminaron en su infancia o primera juventud.
El Ayuntamiento de Quintana del Castillo, al que pertenecía Oliegos, quiso rendir un homenaje a los que fueron sus vecinos y programó una jornada de convivencia, compartida con el tradicional encuentro de poetas, los ‘ versos a Oliegos’, que cada verano se reúnen en torno al nombre de una localidad que dejó de existir hace más de siete décadas y que la época estival destapa, este año más si cabe, por la sequía.
Hace unos años la Asociación Cultural de Villameca ya reunió a unos cuandos ‘exiliados’ de Oliegos y hoy el alcalde de Quintana, Emilio Francisco Cabeza, quiso quitarse la espinita que tenía clavada para tener un gesto de acogida y reconocimiento a los hombres y mujeres que a finales de noviembre de 1945 tomaron un tren en dirección a Valladolid para ocupar lo que sería Foncastín, pueblo blanco y geométrico en el que los 200 cepedanos iniciaron una nueva vida en unos terrenos que ocupaban unas 1.700 hectáreas, propiedad del Marqués de la Conquista.
Algunas familias decidieron permanecer en otras zonas de León pero la mayoría, con sus enseres y ganados, dejaron atrás su tierra y sus casas, a las que nunca llegó la electricidad, porque el pueblo estaba predestinado a desaparecer bajo las aguas de una presa que Franco inauguró el 2 de octubre de 1946.
Entre ellos estaba Pedro Carrera, cuya historia emocionó especialmente al alcalde de Quintana. El joven que saliera de su casa con 20 años aquel otoño inolvidable le dijo en aquel encuentro-homenaje que no quería morirse sin celebrar su santo en el lugar que le vio nacer. “Se merecen pasar un día en su antiguo pueblo”, subrayó el regidor y añadió que de vez en cuando ve a alguna persona acercarse a la zona con un coche; son vecinos -ya pocos- y sus descendientes. “Vienen a visitarlo… eso queda ahí para la historia”, comenta después de recordar que el Ayuntamiento se quedó con las fincas y bienes de aquellas gentes.
Pedro, a punto de cumplir 91 años se mostraba hoy encantado de recorrer el entorno de su pueblo. “Alegría pura”, dijo para definir el sentimiento que le embarga cada vez que vuelve. “Éramos forasteros y había que adaptarse a los de allí”, recuerda. Con una mezcla de emoción y enfado relata que “nos echaron del pueblo como si fuéramos sarnosos y nadie se acordó de nuestros muertos para que nos acompañaran”.
Él es el más veterano de Oliegos y siemrpe que puede, recalca, presume “con toda el alma” de sus raíces. La benjamina se llama Ana Magaz Mayo. Fue el último bebé que nació en el pueblo y con apenas cuatro meses su familia tuvo que reinventarse en Foncastín. Asegura que tuvo dos vidas paralelas, la del pueblo vallisoletano y la que se imaginaba, de Oliegos, porque sus padres no dejaban de contarle cómo era la tierra que la vio nacer. Su hermana María, que entonces tenía siete años, también lamenta que el cementerio no fuese removido para llevarse los restos de sus seres queridos.
Intensa emoción
El primer vecino de Foncastín nacido en Valladolid es Elías. Su madre se puso de parto durante el viaje en tren y al llegar a Valladolid una ambulancia esperaba en la estación para trasladarla a un hospital. Le contaron que su madre, Concepción, se pasó todo el trayecto llorando, como buena parte de los vecinos.
En la tierra, más impuesta que prometida, mantuvieron intactas sus tradiciones y costumbres, desde la forma de hacer la matanza hasta expresiones y celebraciones. “Era el mejor pueblo de La Cepeda”, señaló un vecino y otro rememoró las jornadas de pesca y caza. Todos, coincidían en el contraste del verde que quedó atrás en León con el ocre de Castilla.
Las lágrimas acompañaron hoy los testimonios de muchos de los asistentes al encuentro celebrado al pie de embalse. Buena parte de ellos recorrieron, casi en un goteo procesional, los tramos que les llevaban lo más cerca posible de las ruinas de las que fueron sus casas familiares. Algunos niños acompañaron a sus padres, hijos o nietos de Oliegos, en unas horas de gran intensidad emocional.
Una misa, la lectura de unas coplas y el turno de intervenciones de rigor dieron paso a una paellada para todos, las intervenciones de los poetas y las actuaciones de nueve grupos musicales. Un completo programa que dibujó un nostálgico paréntesis para sus protagonistas, a quienes acompañaron familiares de los pueblos de la comarca antes de volver a la tierra que les acogió y de la que pasaron a formar parte aunque, como ellos subrayaron, nunca dejaron de ser de Oliegos.