El okupa Picardo, los fusilones ingleses y el almirante Carrero Blanco

Que Picardo es el jefe de los “okupas” gibraltareños todo el mundo lo sabe o debería saberlo. En el mundo español, se entiende, que fuera de este picardos son los destripaterrones –así los refieren los finolis de París– de la Picardía, región francesa más conocida por su emblemática capital, Amiens –o, por ser más preciso, por la catedral de su capital–, que por sí misma, diluida ya en lo que hoy llaman la “Alta Francia”.

Y que los gibraltareños son los “okupas” de ese pedacito rocoso de Andalucía no es una cuestión de mala leche o de nacionalismo español o de visión retrógrada y casposa de la Historia o de filofranquismo o de cualquiera de las tantas necedades con que se suelen descalificar posturas desacordes con el “buenismo” que llenó la cesta gibraltareña de la mano de prohombres como Morán o Moratinos.

Es una cuestión de Historia –¡ya estamos con la Historia!– y de culturilla, que tampoco hace falta mucha para saber que el famoso Tratado de Utrech (1713) legitima un acto de piratería inglés (1704) y que la verja es cosa de los ingleses (1909) que con ella hacen frontera porque sí en territorio dos veces español: una por derecho propio y otra por estar fuera del famoso Tratado y haber sido robado poco a poco, en renovados actos, también, de piratería ingleses.[1]

 

Que los “okupas” gibraltareños lo son por obra y gracia de los fusilones ingleses ya está dicho, quedando por resaltar que la actitud de los primeros con acento “de pescaíto frito” para con España y los españoles, delata más en estos su condición de renegados –españoles, por supuesto, tendentes a criollos sin llegar a serlo– que no la de excrecencias británicas perdidas en algún que otro chiringuito andaluz, tal que Gibraltar.

 

Por último, y ahora que está de moda el almirante Carrero por las clásicas salidas de pata de banco de algunos que hacen de España un lugar especial, que entre jueces, tuiteros y, cómo no, progresistas de salón más burgueses que usted y que yo, vindicadores de lo que se ponga por delante siempre que la dicha vindicación implique un poco de guerra civil, que para eso sale gratis ganar guerras décadas después de haberlas perdido y eso es genial y, además ¡es la leche!, pues eso, que aquí viene lo del almirante.

El presidente del Gobierno español (1973) Luis Carrero Blanco, que en gloria esté –él sí, que aunque hubiese muerto en la cama ya le habría tocado transitar– fue asesinado horas después de mostrarle a Kissinguer su empecinamiento en contra de firmar el acuerdo ese de renunciar a fabricar la bomba atómica –renunciar al poder nuclear, escribiendo con propiedad–, amén de otras cuestiones supersecretas, silencio pedido por el Secretario de Estado, que conste, por si su Senado le echaba los perros.

Son muchos los que apuntan en esa dirección[2] y a mí, personalmente y a pesar de no ser proclive a dar pábulo a las conspiraciones, me atrae esta teoría y en ella me apoyo para apuntalar el último comentario de esta vomitona gibraltareña.

¿Se imaginan que Carrero se hubiera salido con la suya? Hipótesis por otro lado imposible al ser “la suya” contraria a la de los otros poderes españoles subidos al carro americano y a la chepa del general Franco. ¿Que España fuera uno más de nuevo y después de tanto, tal que Francia o Inglaterra, auténticos depredadores de España a lo largo de los últimos cuatro siglos? En tales supuestos, ¿seguiría hoy Gibraltar “okupado”?

¡Esto de la ucronía es fascinante!

 

Juan Manuel Martínez Valdueza

5 de abril de 2017

 

 

[1] En este punto aconsejo la lectura del magnífico libro  –y casi único en su temática– del general Agustín Alcázar Segura y que se titula “Historia militar de Gibraltar”, publicado por CSED en 2014.

[2] Aconsejo también la lectura de otro libro singular, escrito por el Coronel de Estado Mayor José María Manrique y por el funcionario del Cuerpo Superior de Policía Antonio Ros, titulado “El magnicidio de Carrero Blanco” y publicado por Akrón en 2010.

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