Tengo un buen puñado de amigos que declaran que van a votar a Podemos, el partido liderado por Pablo Iglesias.
Todos ellos son gente normal, nada extremistas, ni mucho menos revolucionarios. Son personas que no se distinguen de otras; no tienen la mirada torva ni llevan una piedra en el bolsillo para lapidar a alguien. Son mujeres y hombres que, en su mayoría, votaron en las anteriores elecciones. Y sus votos fueron para todos los partidos del espectro político, desde el Partido Popular hasta Izquierda Unida.
Como mis amigos, hay cientos de miles de personas –o millones– que van a dar su voto a esa opción política. De ahí el resultado espectacular de la última encuesta del CIS, que augura el fin del bipartidismo en España. Y todo el mundo se empieza a poner nervioso: Unos hablan del carácter radical de las ideas que exponen. Otros, de una financiación extraña… Unos y otros insultan y descalifican, llegando al extremo de un imbécil –no se me ocurre otro calificativo que lo defina mejor– concejal del Partido Popular, que, no sólo llama a Iglesias “hijo de la gran puta” y “cabrón”, sino que desea que alguien le dé un tiro en la nuca. Y no se dan cuenta de que cada uno de los ataques que recibe Podemos, o su líder, es un puñado de votos que gana. Lo del imbécil, – por cierto, concejal de cultura– no fue un puñado, fue un chorro.
Vamos a suponer que, dentro de unos meses, Pablo Iglesias sea elegido Presidente del Gobierno de España.
¿Lo haría peor que Zapatero? ¿Cometería mayores errores al analizar la situación del país y al adoptar medidas para resolver los graves problemas que se negaba a ver?
Con toda la tristeza del mundo, sospecho que no.
¿Lo haría peor que Rajoy? ¿Desmantelaría más servicios públicos? ¿ Haría mejor el don Tancredo ante el torbellino de escándalos relacionados con el choriceo individual o colectivo, redes mafiosas de alcaldes, concejales, presidentes de Diputación, pagos de reformas de la casa común en dinero B, viajes al pueblo de la novia pagados con dinero de todos? ¿Mentiría más a la hora de hacer propuestas que, por inviables, no piensa cumplir?
Tengo la certeza de que tampoco. Es imposible.
Dejemos, entonces, que hablen las urnas. A lo mejor dejamos de ver la carita de Floriano diciendo cosas que ni él entiende, o la de Montoro, echando la bronca a diestro y siniestro, o la de Ana Mato y el Jaguar de su marido, la de Cospedal y sus indemnizaciones en diferido…
Pero, ¡Ojo! Que un tal Edward Aloysius Murphy dejó bien claro que nada es tan malo que no pueda empeorar.