Muertos y cunetas

Me han parecido muy valientes, y hasta suscribo lo dicho por el vicepresidente de la Junta de Castilla y León y consejero de Presidencia, José Antonio de Santiago Juárez-López, en las Cortes esta semana. Algo así como que «me parece indigno que en una democracia existan muertos en las cunetas».

Está claro que las heridas producidas por la Guerra Civil española están cerradas, pero no cicatrizadas. Y sobre todo por dos cuestiones fundamentales, a saber, una por la constante agitación social y agresividad del discurso de la izquierda, en especial la extrema –entiéndase Podemos e Izquierda Unida- y por contar aún con una serie de fallecidos, de ambos bandos, desaparecidos por esos campos del suelo patrio.

Han transcurrido años y suficientes generaciones como para haber aprendido la gran lección y el pecado de la lucha entre hermanos. Es la eterna lección de Caín y Abel. Cada cual que escoja quién es quién. Pero lo que no debemos es confundir la digna batalla legal, jurídica y moral de quienes quieren saber el destino de sus abuelos, padres y familiares para dignificar su memoria y descansar en paz; con la burda excusa de utilizar estos deleznables hechos para arrojar huesos y exhibirlos como macabros trofeos, acusar de lo que no es, e incluso sentenciar como culpables a personas y siglas políticas que ya nada tienen que ver con todo aquello.

El odio, el revanchismo del perdedor que quiere ganar con tretas y atajos no democráticos lo que perdió en otros terrenos, está creando una generación de catetos integrales que creen en una reciente historia de España que no tiene nada que ver con la realidad y la neutralidad con que se debería enseñar. Quizás, volviendo al principio, las heridas están cerradas que no cicatrizadas. Para eso hacen falta aún que transcurran varias generaciones más y, como bien decía De Santiago Juárez, dejar no sólo las cunetas limpias de muertos, también los odios.

En ABC

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