Sea cual sea el currículum que nos retrate, siempre es un placer la ducha, ese momento durante el cual entretenemos las manos por el cuerpo con caricias calculadas mientras, por dentro, pensamientos como rayos nos traen recuerdos o ideas nuevas que huyen cuando nos secamos. Hoy he conseguido salvar de la toalla la convicción de que Franco conocía bien el potencial rebelde que se oculta tras la manía de pensar y, por eso, a pesar de que todo lo podía desde El Pardo, no se le ocurrió el detalle de regalar un plato de ducha a cada familia. Creo que fue a partir de su muerte cuando aumentó el número de personas que se bañaban a diario.
De lo que sí tengo pruebas es de que el 20 de enero de 1994, el mismo Felipe desde hace poco VI y hoy desnudo estaba entonces a punto de cumplir años mientras en España reinaba su padre y gobernaba el peor González. Pero por el mundo del humor inteligente y atrevido, ese valor que es más grande que cualquier forma de gobierno, transitaban el mejor Mikimoto y los de su banda que, a pesar de actuar solo en Cataluña, se preocupaban también de España y con un par. Tras hablar Quim aquella noche, el Pujol más cobarde tuvo que prometer que ningún nudo volvería a desatarse.
No dejaremos nunca de felicitarnos por un periodismo que se atreve a reincidir y alumbra hoy una privacidad que justificaría investigar a cualquiera pero que, en el caso que nos ocupa, resulta merecedora de abdicación directa y fuera gastos. Bien al contrario, el ministro del ramo amenaza con otro miedo y los demás siguen negociando un gobierno para mañana al que corrompen hoy con su silencio.
Para recuperarme del coste moral de esta nueva conveniencia ajena he regresado a ese minuto de risa y gloria que fue terremoto certero. Otro instante de los que nunca morirán porque son imprescindibles para la supervivencia de nuestra especie. Búsquelo también, ya sabe cómo, y aproveche que nadie puede impedir aún que revivamos los momentos buenos de nuestra vida.
Hoy me siento autorizado desde lo más alto para emplear la grosería y, contando siempre desde abajo con el auxilio de la sabiduría popular, quizás coincida conmigo sobre el título que, por si fuera una trampa, antes de comenzar a leer habrá usted traducido: “De aquella mierda esta aìuqranom”.
Domingo Sanz