Y eso significa muchas cosas. Como por ejemplo poner en primer plano, aunque no sea conveniente, nuestra propia razón de ser. Lo que nos hace ser lo que somos a cada uno de nosotros. Por ejemplo. Aunque el momento no sea conveniente.
Defender la libertad individual frente al “interés común” es servir en bandeja a unos y a otros una frase hecha convertible automáticamente en individualismo egoísta y falta de conciencia social. Pero esa interpretación es una burda mentira, explotada por unos y por otros para someternos a todos a sus particulares visiones de lo que debe ser la sociedad, o sea una sociedad al servicio de sus intereses, no ocultos, no, sino clarísimos como demuestra la Historia a cada paso.
Porque es mentira que exista un interés común por encima de las libertades individuales que las condicione, siendo que la cuestión es todo lo contrario: el interés común es la consecuencia directa del respeto y administración de esas libertades individuales, como máxima expresión de la condición humana, secuestrada durante milenios y tan difícil y recientemente liberada.
La cantidad y calidad de ese respeto y administración de las libertades individuales es lo que distingue a unos de otros y a sus ideas, más allá de la estulticia heredada de la Revolución francesa y que nos sitúa a todos, queramos o no, seamos capaces de razonar o no, tengamos razón o no la tengamos, más o menos cerca o alejados del hipotético centro de esa línea recta que se pierde en sus extremos por la izquierda y por la derecha.
Ya sé que esto es hablar a humo de pajas y por eso refería al principio lo de la conveniencia. Pero cada uno es como es y lo que es.
Los derechos humanos, los derechos de los ciudadanos en general, políticamente segmentados en derechos de la mujer, de los marginados, de los discapacitados, de los débiles o de cualquier otro colectivo en particular, son todos derechos individuales, de los individuos uno a uno, cuya defensa, protección, respeto y administración la sociedad articula en políticas que conforman el “interés común”. ¡De ahí nace el interés común!
Y cuanto menor sea el respeto y mayor todo lo demás, peor.
Sitúen ustedes en estas coordenadas todos los regímenes políticos conocidos en los últimos dos siglos y verán cómo el gráfico resultante es clarificador. Y sin necesidad de sesudos conocedores de las ciencias sociales cuya lamentable misión es contaminar nuestro sentido común.
Se nos convoca a votar dentro de unos días para elegir el modelo de sociedad que queremos –es un decir–. Y como creo que hay que mojarse les diré qué voy a hacer yo, aunque creo que ya lo he dejado claro: con un lápiz en un papel pintaré dos ejes al estilo del lejano bachillerato, que serán respeto y todo lo demás. Si por algún milagro alguna opción se queda pegada al eje del respeto, tendrá mi voto.
En caso contrario me quedaré en casita y aprovecharé para explicarle de nuevo a mis perros que no hay que confundir el individualismo con la defensa de la libertad individual. A lo mejor esta vez lo comprenden.