Campaña contra el hambre de Manos Unidas

“Quiero que los niños entiendan que tenemos suerte de tener lo necesario para vivir, porque hay gente que no tiene nada”

La misionera Aracelly Alva Delgado se encuentra en Astorga para relatar su experiencia y su trabajo con niños desnutridos y mujeres marginadas

Aracelly Alva Delgado es peruana. Es religiosa de la congregación Mercedarias Misioneras de Berriz desde hace 25 años y ha trabajado en el Perú y Ecuador en proyectos de promoción de la mujer con campesinos y con niños. Desde hace año y medio vive en Madrid para estudiar y con motivo de la campaña de Manos Unidas contra el hambre explica en Astorga cuáles son las condiciones de vida entre los pobres de su país y cómo Manos Unidas ayuda allí.

“He trabajado en el campo del Perú, en la zona de selva conocida como ‘la ceja’, donde viven campesinos”, explica la misionera que ha venido a pasar unos días en la Diócesis de Astorga para hablar de su realidad. Maestra de profesión, Aracelly ha trabajado en los caseríos asesorando a profesores de religión y ha realizado numerosas jornadas con padres, niños y jóvenes. Su experiencia más reciente ha sido en Lima, ya que la capital peruana concentra 1/3 de la población del país. “Mucha gente se mudó a la capital durante los años 80 y 90, dado que el terrorismo de Sendero Luminoso hacía estragos en las zonas rurales. Familias enteras dejaron atrás sus pertenencias debido a la inseguridad para defender su vida, y porque su realidad no era vista allí. Empezaron a construir sus casas en los cerros desérticos aledaños a Lima donde hoy hay asentamientos enteros y pueblos muy pobres”.

Cerro El Agustino en el barrio 7 de octubre.
Mujeres marginadas

Antes de venir a España, Aracelly trabajaba en una guardería acogiendo niños de 6 meses a 5 años en el cerro El Agustino, barrio 7 de octubre. “La situación de la mujer es muy difícil, hay marginación, violencia, ellas mismas creen que no valen, y sin embargo son ellas las que sacan adelante a sus familias. Trabajan limpiando casas, empleadas de hogar, van al mercado para limpiar las frutas, barriendo calles, vendiendo cositas en la calle”, relata la misionera.

En total la guardería se ocupa de 170 niños, no son todos los que hay en el cerro, pero se encargan de los que más riesgo tienen. Hoy es un centro educativo, pero hace más de 27 años, la zona era un “basural”. “Antiguamente las mujeres dejaban a los niños encerrados en las casas mientras se iban a trabajar, hasta que dos incendios provocaron la muerte de dos niños. Un grupo de mujeres se unió para adecentar el basurero para construir un edificio, con ayuda de instituciones como Manos Unidas y coordinadas por la parroquia, para tener a los niños seguros”, cuenta Aracelly.

“Las mujeres no saben lo que valen, no se dan cuenta de lo prodigiosas que son, hasta que no se lo mostramos. Trabajamos con ellas para que se den cuenta de su valor y todo lo que hacen. Cuando ponemos en dos pizarras lo que ellas hacen y lo que hacen sus maridos se dan cuenta de las cosas”. Y no son sólo las mujeres, porque en la guardería Cuna Jardín Parroquial San José los padres también deben participar y asistir a las reuniones y fiestas de los niños. “Hacemos talleres con los padres y las madres, ayudadas por psicólogas y psiquiatras para abrir un camino para ellas”, cuenta Aracelly.

Escuela de padres y grupos de apoyo.
Niños en riesgo de malnutrición

Las familias en la región donde ha trabajado Aracelly tienen una media de cuatro o cinco hijos, por lo que la principal necesidad de la guardería, y el objetivo principal es la alimentación de los más pequeños. “Pedimos una cantidad mínima de aportación para los padres, pero además tienen que colaborar con la limpieza o en campañas de reciclaje para conseguir dinero para la comida”, explica.

Lo primero que garantizan es la alimentación “pues sin ella nuestros niños no podrían estudiar, correr ni siquiera reír”. El problema de la nutrición llega desde la base, las madres no saben cómo alimentar a sus hijos, y menos en la ciudad, por lo que gran parte de la labor es educar. “Hemos pasado por fases, de poder darles leche dos días a la semana a darles tres, y ahora un día podemos darles yogur”.

Aprendiendo a comer bien.

Hay niños de familias muy pobres, que las madres no pueden trabajar, “que los viernes les tenemos que dar de comer muy bien y recibirles los primeros los lunes para darles el biberón o la comida, porque a lo mejor no han podido comer nada durante el fin de semana. La leche es cara y las mamás les dan cualquier cosa porque tienen prisa. Hacen excursiones al mercado donde la comida llega directamente de los campesinos.

Campaña contra el desperdicio de alimentos

Manos Unidas se ha embarcado en la campaña “El mundo no necesita más comida, necesita más gente comprometida”, gracias a la cual decenas de niños de varios colegios de la ciudad se han reunido en la Plaza Mayor para escuchar sobre la campaña y después se reunieron en el Seminario con Aracelly para que les relatase sus experiencias.

“Quiero transmitir a los niños de Astorga y a todos en la Diócesis que todo lo que nos mandan lo recibimos, y sobre todo el apoyo, saber que alguien piensa en nosotros nos da el impulso para seguir adelante. También quiero que los niños entiendan que tenemos suerte de tener lo necesario para vivir, porque hay gente que no tiene nada”, finalizó la misionera.

Aracelly se encuentra en España estudiando Espiritualidad Bíblica en la Universidad de Comillas y haciendo un seminario de acompañamiento en Salamanca, para aprender cómo acompañar a las personas y saber qué decir en cada momento. Aunque le encantaría volver al Perú y a su trabajo en la guardería, a mediados de este año se irá a Filipinas para aprender el inglés, “uno siempre se encariña con la gente que conoce en los diferentes sitios”, finaliza la misionera.

Algunas imágenes de la guardería limeña

Bailes tradicionales peruanos.
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