El novelista vallisoletano Gustavo Martín Garzo compartió la velada del viernes en la quinta ‘tarde de autor’ que se celebra en la Casa Panero. En esta ocasión, fue el concejal de Deportes y Fiestas, Javier Guzmán, el encargado de dar la bienvenida al escritor llegado desde Mérida, que compartió sus pensamientos acerca de la literatura con todos los presentes.
Martín Garzo destacó al inicio de su intervención que “una facultad esencial del ser humano es la imaginación. Esa facultad nos permite adentrarnos en el lado escondido de las cosas, y es necesario porque todos tenemos un lado así”. Asimismo, disertó sobre las “dos vidas” que tiene el ser humano. “Una es la que se puede enseñar a los demás, cuando salimos a la calle, la que compartimos con los amigos. Pero al lado de esa vida hay otra, escondida, secreta, oculta, de la que para saber de ella tenemos que revelarla a través de las palabras, a través de nuestros deseos. Esa vida escondida es la verdadera, somos más de lo que callamos que de lo que decimos”. De esta manera, opinó que para conocer a alguien “tenemos que escuchar lo que dice en su cotidianidad, así conoceríamos una parte mínima de su personalidad, porque para conocerlo bien tendríamos que descubrir cuáles son sus secretos, sus deseos, adentrarnos en ese mundo de los sueños, que es el corazón humano, como una metáfora”.
El escritor y novelista, Premio Nacional de Narrativa, siguió desgranando sus pensamientos acerca del tema. “Un escritor lo que hace es acercarse a ese corazón, a esa parte escondida. La misión de la literatura es adentrarse en ese territorio ignoto que es el corazón de los hombres, de las mujeres, de los niños y de los ancianos. Ahí está nuestra verdadera vida. Todo lo que hemos vivido y todo lo que no hemos llegado a vivir”.
Sí, porque el autor habló de cómo la literatura, la pintura, la música, el arte en general nos ayuda a vivir la vida que no hemos podido. Sobre la literatura, en concreto, señaló que “podemos vivir un montón de cosas en nuestra imaginación. A través de la imaginación recuperamos lo vivido en el mundo exterior, lo que no hemos podido vivir”. Por lo que el autor siempre relaciona la literatura con lo oculto, con los secretos.
“En mis novelas exploro los secretos”, explicó el escritor, que ejemplificó con dos de sus libros cómo los secretos mueven la trama, y cómo, por ejemplo, el niño de su obra “La carta secreta” trata de conocer los secretos de sus padres. “Hay algunas puertas cerradas, que son literarias y que me hacen preguntarme qué esconden detrás. Como le pasa a la esposa de Barbazul, que la única indicación que él le da para tenerlo todo es que no intente averiguar qué hay detrás de la puerta; claro, la esposa, como buen personaje de cuento, lo único que quiere es saber. A partir de ahí surge el cuento, porque la muchacha podría haberse conformado si hubiera sido sensata porque iba a tenerlo todo, pero si ella no se lo hubiera preguntado el cuento no existiría, porque vaya un cuento más soso”.
El escrito contó su interés por los mitos, por las historias de las religiones, que hablan sobre la formación del mundo, porque “no son historias antiguas, ya que sin ellas no podríamos entender ningún cuadro del Museo del Prado, por ejemplo”. Así habló de su última novela, de su último libro “No hay amor en la muerte”, que cuenta la historia del sacrificio de Abraham a su hijo Isaac, pero desde otro punto de vista, “es una historia que un niño no puede entender, porque el niño piensa ‘mi padre no lo haría’, porque es algo atroz”.
“La Biblia habla de la relación del hombre con la divinidad, pero qué pasa con Isaac, qué habría pensado después de que su padre hubiera intentado sacrificarle. Pero Kafka le da una vuelta de tuerca relatando la historia de Abraham, en las que se las arregla para demorar el cumplimiento de ese deber, y el tiempo que demora en el cumplimiento del deber es tiempo que le regala a su hijo”, manifiestó.
Por ello, en su libro, Isaac relata por sí mismo las vivencias, el pasado y lo sucedido. Y se lo cuenta a las esclavas negras que Abraham compra para atender a Sara. Así, el autor da pinceladas de esperanza y de vida a una historia, que de otra forma, “habría sido terrible”.