He leído en los avances de prensa de las actividades que se van a celebrar con motivo de las fiestas patronales, que se va a disputar el primer Memorial César Río de pádel.
La noticia me produce un estado agridulce. Amargo, porque me lleva a la realidad de su temprana muerte en una edad joven y a la que le faltaban todavía muchas cosas por hacer, y alegre por lo que supone de reconocimiento ciudadano a su persona que, más que nada, pasó una vida corta pero intensa, haciendo todo el bien que pudo y que supo.
No voy a descubrir aquí a César Río, personaje interesante y muy conocido por todos.
Fue un empresario emprendedor de muchos negocios de distinta clase. Pionero y decidido en varias facetas de hostelería y afines, explorando el ocio nocturno y otras actividades lucrativas, empezando por la mítica máquina de discos del Bar Ríos y siguiendo a partir de ahí, por toda la gama de juegos que se han ido desarrollando cada vez más sofisticados desde el sencillo pinball, hasta los actuales de múltiples clases, en los que parece que el “japonés” que lleva dentro, cada vez es más intrincado y difícil de resolver.
Cesar regentaba varios negocios con muchos empleados todos ellos, dando un trato exquisito a todo el mundo, y mostrando siempre palabras y actitud de agradecimiento.
Jovial y desenfadado, activo, amigo de sus amigos hasta el punto de convertirse en mecenas de muchos de ellos, cuyos secretos se fueron a la tumba, antes de otros; y finalmente a la suya.
El cielo sabrá la lista de agradecidos, porque la discreción era otra de sus virtudes.
El azar y la fortuna fueron parejos en su vida. El azar le daba fortuna y la fortuna se volvía al azar. Se dice que ‘en la mesa y en el juego se demuestra el caballero.´ Para César éste aserto, sólo dice verdad en parte, porque en todo fue un caballero. En la mesa era frugal, y en el juego total.
Compartí con él experiencias en las que es más fácil decir que explicar. Tanto cuando el tapete era favorable como cuando no, su semblanza era la misma. Ni mostraba alborozo en el acierto, ni decaía su ánimo en el revés. Cuando el crupier pronunciaba solemnemente la fatídica frase de ´´el punto pierde, el sabot pasa´´, los implicados en ella fruncíamos el ceño con gesto de desagrado y gran disgusto. César en ese trance no perdía la compostura, y aceptaba el resultado con la misma tranquilidad y sonrisa que cuando la suerte le era favorable. En todos los juegos de la vida, dejaba patente siempre su caballerosidad.
En los negocios era serio y cumplidor de su palabra, a la que daba más valor que a lo escrito, y ello le dio más de un disgusto, al no ver correspondida la palabra que otros le daban.
Otro aspecto fundamental en su vida, fue el deporte. Lo practicaba a diario y participó en infinitas competiciones y pachangas con sus amigos. Estaba siempre dispuesto a colaborar en todos los eventos deportivos, ya fuera practicándolo él mismo o haciendo una labor de esponsorización en equipos, torneos, cartelería y cualquier otra clase de ayuda que se le pidiera.
Para César la palabra NO, no existía. Siempre estaba dispuesto a colaborar, participar y ayudar en lo que fuera.
Su último acto volitivo así lo demuestra. Estando tranquilamente sentado en la terraza de su Pub Cuadros, recibe la llamada de unos amigos solicitando su presencia en la cancha de pádel, porque les faltaba uno para jugar el partido. Allí se fue César sin ninguna objeción, sabiendo que hacía un favor a unos amigos para que el partido se pudiera jugar. Así era César.
Como todos, con sus virtudes y defectos, pero en éste caso creo que las virtudes destacan sobre todo, y su huella y el legado de bonhomía que nos ha dejado, perdurarán en la memoria de todos, y más aún ahora con el reconocimiento público, que nuestro Ayuntamiento le hace con el Memorial César Río de Pádel. Deporte que él practicaba a menudo, y en el que la vida se le fue en un acto de servicio.
Gracias César. Tu paso por la vida mereció la pena. Aunque conocido por todos como César, tu nombre de pila era Ángel, y como tal, lo has sido para mucha gente, porque tú lo tenías. Que la tierra te sea leve, amigo
Miguel Ángel Fernández Pérez