Llegar a Castrillo de los Polvazares es fácil, encontrar a Maruja Botas no tanto. Sólo si ella quiere conocerte podrás tener ese placer. El restaurante de Maruja es conocido a lo ancho y largo del planeta, y sin embargo no tiene ningún cartel en la puerta. Es un lugar en el que la gente dice que se come el mejor cocido maragato del mundo, y que ella llama “casa”. Hace años -no nos lo quiere decir para que no averigüemos su edad, estoy segura- su madre ideó un plan económico. Abrirían las puertas de su hogar a los militares para que pudieran comer de cuchara un plato típico de la zona.
Hoy, 25 o 30 años después ha continuado con la tradición que su madre y ella iniciaron, y vive tan cómoda en su piel, como sólo Maruja Botas puede hacerlo. Por su casa han pasado políticos, periodistas, artistas, médicos, empresarios e incluso la infanta Elena de Borbón. Si alguien quiere probar el cocido que ha colocado a Castrillo de los Polvazares en el mapa gastronómico mundial, sólo tiene que llamar. Del resto se encarga Maruja. “Suelo tener grupos muy grandes los sábados, la gente viene aquí desde hace 20 años, y siempre repiten. Me levanto a las 4 de la mañana para poder cocinar bien el cocido”, cuenta. Ella no hace turnos como en los restaurantes, “aquí los que vienen se quedan toda la tarde. La sobremesa es lo mejor”.
Entrar en su casa es como entrar en un museo, pero mejor. Mejor porque es la propia dueña de las piezas quien te cuenta la historia que encierra cada uno de los regalos que hay en las paredes. Entre fotografías, autógrafos, recortes de periódicos… “los periodistas me molestan a todas horas, no necesito más publicidad, ya viene mucha gente todas las semanas”, dice con una pícara sonrisa y sin pelos en la lengua. Pero recuerda con cariño a una familia argentina que estuvo recientemente, que le hicieron muchas preguntas y fotos para un reportaje. Y menciona el vídeo que le grabaron una vez unos japoneses que no comieron el cocido hasta la noche porque todo tenía que salir perfecto. “Me hicieron darles la bienvenida un montón de veces, hasta que todo quedó como ellos querían”, ríe.
“Si las paredes hablaran, podrían contar más secretos de Estado que nadie”, añade riendo. Y es que en Casa Maruja se pierde todo el protocolo. Y con un poco de alcohol el cocido pasa mejor, y las conversaciones fluyen solas. “Han venido varios jefes de protocolo, uno me dejó pasmada de lo guapo que era. Pero yo les digo que si vienen a comer a Casa Maruja, es porque ya saben lo que hay. Aquí los protocolos se dejan fuera y cada uno se sienta donde le apetece”, narra.
Así se hacía desde que su madre abrió las puertas. “Recuerdo que una de las primeras veces iba a venir el Rey, pero yo estaba muy nerviosa, y mi madre tan tranquila. Y yo le dije, mamá a ti no te impresiona ni el Rey. A lo que ella me dijo, y bueno, qué vas a hacer si ya sabe a dónde viene. Mi madre tenía la sensatez y sentido común”, dice con cariño. Claro, que reconoce que el cocido que hace ella no sabe como el de su madre. “Y es que la materia prima ha cambiado. La carne ya no sabe igual. Antes el lacón tenía otro sabor. Hay gente que aún se acuerda del sabor de aquél cocido, y qué maravilla era. Poder ir a la huerta y comer una fresa, que al primer mordisco era una explosión de sabor”.
Maruja fue hija única y, no obstante, tiene muchos sobrinos. Pero no encuentra nadie que pueda convertirse en el sucesor de esta tradición. “Yo entiendo que esto no es vida para un chico joven, porque no se gana mucho. Yo lo hago, porque creo que hay cosas más importantes que el dinero. Y porque estoy haciendo lo que quiero y lo que me gusta. Y lo voy a hacer hasta que pueda”, sentencia. En la pared tiene un mapa genealógico, “regalo de un militar que se tomó el tiempo de buscar mis antepasados”. Los orígenes maragatos de Maruja se remontan a varias generaciones. “Yo soy una maragata de pura cepa. Antiguamente la gente no viajaba mucho, así que se casaban siempre gente de la zona”.
Y sin embargo ella no se ha casado. Que pretendientes tuvo lo sabemos, sólo hay que mirarla para saberlo. Pero como ella dice, “mi madre nunca me obligó en ese sentido, era muy sabia. Entendía que más vale sola que mal acompañada”. Y lo dice muy orgullosa. Aunque también es probablemente una de las personas que más bodas ha tenido en su vida -sí, también contamos a Elizabeth Taylor en la lista-. Todas maragatas, con el traje tradicional y la música de flauta y tamboritero. “En una ocasión me casé con Luis del Olmo”, recuerda. “Luego él se casó con Isabel Carrasco y terminó nuestra relación”, añade riendo a carcajadas.
Todavía esta semana ha estado el periodista comiendo el cocido maragato en la casa de Maruja. “Viene por aquí muy a menudo, somos muy amigos. Como mucha de la gente que viene en grupo. Aunque debo reconocer que algunos ya no están con nosotros. Son muchas las personas por las que rezo en la iglesia”, y se pone un poco triste. Pero la tristeza no le dura mucho, porque ya se ha cansado de contarnos, sabe que con lo que ha dicho, y lo que ha dejado entrever es más que suficiente.
Sabe, además, que le he tomado fotos pensando que ella no se daba cuenta. Pero no se le escapa una. Tiene la confianza de una persona que sabe exactamente cuál es su lugar en el mundo, y que además está muy orgullosa de quién es y de su legado. ¡Como para no! Maruja y su madre, consiguieron que el mundo entero sepa que en Castrillo de los Polvazares se come el mejor cocido maragato. Y si consigues comerlo en Casa Maruja, es un logro para presumir en los años venideros. “Y si no se acuerda de si comió en Casa Maruja, es que no comió aquí”.