Marisa Alonso Panero, y  la brisa de la palmera y de la encina

 

Sabíamos que  llegaría este momento porque  su salud se resentía, pero hay personas, como Marisa Alonso Panero, en cuya presencia,  ante los quebrantos, la vida no se achica sino  muestra su cara más vital y gozosa. Han sido muchos nuestros ratos fraternales, con ella, y con su hermana Charo,  tan afín en cuerpo y alma, también Javier;  ya fuese aquí, en la casa, ya casi en ruinas, pronto recuperada,   de los abuelos maternos Moisés y Máxima, cercana a la catedral;  en  El Monte de Castrillo de las Piedras, con esa brisa  que se aroma en las encinas, o  allá en esa otra tierra suya, La Laguna, de tan bella  arquitectura,  hermanada con las panorámicas de los malecones de las urbes de la América hispana.  No era otro su propósito que el de colaborar con la ciudad, el hacer  posible, para su historia social y cultural,  que un patrimonio tan esencial, del que poseía parte, fuese  disfrutado, aprovechado, por los astorganos de esta y futuras generaciones.

Primero fue, con su tío don Luis Alonso Luengo, cronista de la ciudad, el acuerdo para pasar a  propiedad municipal el palacete (casa y fábrica levantadas  por el chocolatero Magín Rubio) de su otro abuelo, paterno, el alcalde don Paulino, en la avenida de la Estación, hoy nueva sede del Museo del Chocolate. En aquel entonces, 1985, encontré el  nombre de Marisa y el de sus tres hermanos, en calidad también de herederos,  en  la pertinente escritura notarial que me correspondió negociar y firmar.  Años después,  pude conocer a Marisa, junto a su hermana Charo, y recuerdo estar con su tío don Luis, no en este caso como propietario pero sí  hábil y entusiasta mediador,  junto a la fuente  cantada por los poetas, con la vista puesta en el generoso corredor. Nos  juramentamos  todos aquel día   para que también esta otra casa,  la familiar de los Panero y su solar fueran conservados como testimonio de una época y un  pulmón verde en las cercanías de la catedral; igualmente sucedió  con Odila  García Panero, la otra parte de la propiedad, memoria aún hoy viva de tanto acontecer, gozoso y de penalidades, que tan singular edificio  cobija tras sus ciclópeos muros. Hoy la casa de los Panero  remozada está,  con el ayuntamiento y la Asociación que lleva su nombre  comprometidos en su puesta en valor y en  avivar la memoria de tantos hijos ilustres que nos vinculan con la cultura contemporánea.

Son pocos, eso considero, los astorganos que hoy en día no valoran el que para el patrimonio del común, municipal,   hayan quedado estos  dos edificios, en la avenida de la Estación y junto a la catedral,  con sus amplios espacios para jardines.  Si futuro venturoso le espera al Museo del Chocolate, de considerable importancia debería de ser el relativo a la casa de los Panero, con un patrimonio documental  ya atesorado y tantas posibilidades de proyección.  Marisa y sus hermanos, Juan, Paulino y Charo,  con propiedad en ambos inmuebles, Odila en la casa de los Panero, junto a la familia de don Luis Alonso Luengo, con la suya en el palacete,  han hecho posible la pervivencia de unas señas de identidad, patrimoniales y culturales,  tan importantes.

Mas hoy nuestro sentido afecto es para Marisa, Marisa Alonso Panero, una de esas personas que pasan por la vida  derrochando  generosidad y simpatía, y que vivió todo lo nuestro con esencial  intensidad. Por tales virtudes nunca se despedirá  definitivamente, ni  de su hermana Charo y esposo Javier, ni de sus otros hermanos, tampoco  de nosotros,  máxime, cuando,  como es  su caso,  la brisa de la palmera y de la encina conservarán  su memoria en  su imperecedero aroma.

 

 

 

 

 

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