Manuel Sutil Pérez, un buen pastor

José Manuel, el pasado domingo día 1 de agosto nuestro común amigo Adolfo Alonso Ares nos recordaba en su columna en el Diario de Valladolid que pronto se cumplirían los 550 años desde que el canónigo Bartolomé Alonso colocara la primera piedra de la iba a ser la Catedral de Astorga.

La última vez que visité esta Santa Iglesia Catedral lo hice acompañado de otro canónigo, de Ti, y juntos compartimos unos minutos de recogimiento y oración ante la tumba, todavía cubierta de flores frescas, de don Juan Antonio.

Este pasado martes día 3 he vuelto a visitarla con el mismo motivo, el despedir a un buen amigo y aun compañero, a Ti

Han sido muchos años, aunque al final han resultado ser pocos, muchos menos de los que me hubiera gustado, en los que hemos mantenido una estrecha, leal y fiel colaboración y también amistad. Una relación que siempre iniciábamos, bien fuese en persona o por teléfono, con “La Paz sea contigo”.

Decía compañero por dos razones. Una, por la profesión y afición que ambos compartíamos y en la que intercambiábamos nuestras experiencias de buscadores de tesoros en los archivos, particularmente en el que dirigías. La otra razón, por la cual siempre nos hemos considerado compañeros, ha sido por ser los dos uniformados, con una pequeña, nunca mejor dicho, sutil diferencia. Yo visto el uniforme del Ejército de Tierra en mi acuartelamiento o en contadas ocasiones fuera de el, y Tú, siempre, has vestido tu impecable terno gris y negro desprovisto de charreteras y alamares, en el que únicamente destacaba una cruz de plata en la solapa, un signo distintivo más de Tu humildad.

En más de una ocasión ambos hemos paseado, casi de la mano, por las calles de la capital maragata orgullosos de vestir nuestros uniformes.

Compañeros sí, no solo por vestir uniforme. Nos unía una misma vocación de servicio a los demás, aunque confieso que tú siempre me has llevado la delantera en el mando en plaza y en cuarteles. Cuarteles en su doble acepción, la de lugar de acantonamiento de tropas, y de extensión territorial. Si yo he mandado y he sido mandado por un puñado de hombres, Tú tenías ascendente sobre numerosos hombres y mujeres en los numerosos cuarteles que fueron tus parroquias; una numerosa grey de soldados de Cristo que te seguían fieles, nunca mejor dicho, por tu admirable comportamiento y don de gentes, los que embobados oían tus arengas cuando te dirigías a ellos desde tu particular estrado, lo que yo nunca he conseguido.

Decía amigo porque así nos considerábamos y conseguimos serlo por mostrarnos siempre con el corazón abierto, escuchándonos nuestras mutuas tribulaciones, muchas veces no de una forma demasiado ortodoxa al convertirnos, Tú más que yo, porque para eso tenías potestad, en confesores.

El lunes tuviste tu momento de Gloria, al final, como todos los que creemos deseamos, has podido contemplar la verdadera Luz del rostro de Cristo al que con fidelidad y extrema dedicación ofreciste y dedicaste tu vida. El martes, tus familiares, amigos, compañeros en el sacerdocio y particularmente yo y el Obispo don Jesús Fernández González te encomendamos a Él para que te perdonara, como mortal que fuiste, tus insignificantes pecados y faltas, aunque seguros que sin esa recomendación, ya disfrutas de Su compañía, de la tu querida hermana melliza, de tus padres y de cuantos te han antecedido.

Hace dos años fallecía el Obispo don Juan Antonio Menéndez y nuestro común amigo Arsenio García Fuertes dejaba de ser Alcalde de Astorga. En aquella ocasión envié a los medios una comunicación que titulé “Lo que Astorga ha perdido”. Hoy hago lo mismo. Astorga y su comarca han perdido en ti a una excelente persona, un magnífico archivero y un buen intelectual preocupado también por la cultura, la historia y la sociedad de la comarca que le vio nacer.

Te despidieron tus maragatos a la salida de la Catedral con su tambores, chiflas y pitos, pero eché de menos el haber entonado “La muerte no es el final”, esa hermosa canción del sacerdote vasco Cesáreo Gabaraín y de la que se enamoró el general José María Sáenz de Tejada cuando la oyó por primera vez en el funeral de su cuñado asesinado por Eta en marzo de 1981, y que desde entonces entonamos en los cuarteles como homenaje a los caídos. Porque Tú como soldado de Cristo y Pastor de una numerosa grey, también lo hubieras merecido, y hubiera sido, además, un broche de oro que hubiese enlazado nuestras vidas uniformadas.

Los que nos dedicamos, como Tú hiciste en una de tus facetas, a recordar y rememorar hechos acontecidos, gozamos de un privilegio; recordando y rememorando mantenemos viva las presencias de los que nos antecedieron, presencia que te aseguro siempre mantendré como mantendrán tus familiares, tus amigos y compañeros sacerdotes, y sobre todo tus feligreses, esos que mejor que nadie saben y han sabido que Tú Manuel Sutil Pérez has sido un buen pastor.

Francisco José Ramos Lobato

Sargento Primero RV (R)

Historiador

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