Allá por la década de los ochenta y en décadas anteriores estaba muy de moda en España entre la gente joven y los intelectuales ser marxista. Algunos teníamos muy claro que lo que se escondía más allá del Telón de Acero o Muro de Berlín era una tremenda dictadura de izquierdas. Intentando hacer un esfuerzo por ver lo que de positivo podía tener el marxismo publicamos un pequeño libro titulado “Marxismo para cristianos, Cristianismo para marxistas”. Aún conservo una larga carta que me envió un antiguo condiscípulo, llamándome de todo por mi profunda convicción de que la vida en los países del Este no era precisamente el paraíso en la tierra. Afortunadamente a los pocos meses ocurrió algo que casi parecía un sueño: la caída del Muro de Berlín unida a la caída del comunismo. No cabe duda que el 9 de noviembre de 1989, hace ahora veinticinco años, se convirtió en una de esas jornadas realmente históricas. Imagino que a partir de aquel momento a más de uno se le abrirían los ojos para poder ver toda la miseria que se escondía tras ese muro de la vergüenza, lo que no impide que siga habiendo todavía nostálgicos de uno de los regímenes más sanguinarios de la historia.
En honor a la verdad, aunque el comunismo no fuera bueno para los pueblos que lo padecieron, sí que tuvo influencia positiva en otros países en los que el miedo al comunismo y el “ejemplo” de su presunto interés por la justicia social propició grandes avances en el terreno social y económico. Así por ejemplo en la Europa no comunista jugó un papel muy importante la socialdemocracia. En este sentido la caída del muro ha propiciado el avance y el engreimiento de un capitalismo salvaje, provocando nuevos muros invisibles cuyo resultado más patente es la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza. Al desaparecer el miedo al comunismo se ha vuelto en cierta manera a las andadas del capitalismo pre-marxista. Cada día nos encontramos en España con más gente que está trabajando en unas condiciones de escandalosa explotación.
Si alzamos la mirada hacia otros países del llamado Tercer Mundo vemos cómo el muro que nos separa, y no nos referimos ahora a la valla de Melilla, es tan malo o peor que el muro que dividía los dos Alemanias.
Podríamos hablar también de los muros que ya han construido los movimientos separatistas entre los ciudadanos de sus respectivas regiones y con el resto de España. O de los muros creados por las diferentes formas de entender la política o la economía cuando se ejercen de forma cainita… y otros muchos más.
Como alguien ha dicho, es mejor que nos dediquemos a hacer puentes.