Los maragatos de Doré y Davillier. El maragato en el entorno de la calle Mayor de Madrid

En fechas pasadas, dábamos cuenta de la estancia en Astorga (octubre de 1871), del barón Davillier y de su amigo, Gustavo Doré, en sus viajes por España. Si de aquella visita, el primero nos ha legado un relato con sus impresiones sobre la ciudad, la cocina española y el chocolate, el gran dibujante recogió una escena de una compañía de títeres, cuyo ambiente, en la calle y en un patio interior, presenciaron en la calle Portería (casa emplazada donde actualmente se halla el Restaurante Serrano).

Además de las anteriores referencias, estos dos franceses enamorados de España no iban a sustraerse de mencionar a los maragatos, y lo harán tanto cuando se encuentren en Madrid como, posteriormente, en nuestra ciudad y en el abandono de la misma. Anteriores visitantes, como Alexandre Laborde, F. H. Deverell, Richard Ford o George Borrow, y otros anónimos, llegaban a esta tierra con el deseo de conocer de cerca las costumbres, la indumentaria, de un pueblo que, por sus características etnográficas, difundidas ya por grabados y algunos viajeros en el siglo XVIII, despertaba especial interés en la época romántica. Davillier, apasionado por lo que denominaba la “verdadera España”, es decir, la de la vida cotidiana de sus moradores, estaba al tanto de las antiguas y nuevas publicaciones, tanto nacionales como extranjeras, sobre la historia y la idiosincrasia españolas; por ello, ese conocimiento con que nos va a narrar las costumbres e indumentaria maragatas.

Maragato a madrid ultimo

Cuando Doré y Davillier llegan a Madrid, en una fecha algo anterior al otoño de 1871, ya han recorrido una buena parte de España (la costa oriental, Andalucía y Extremadura), y la revista de viajes Le Tour du Monde publicado, en decenas de números, entregas de su trabajo “al alimón”. Pues si bien el gran ilustrador ha “acaparado” la fama póstuma por sus grabados, igualmente, tomados del natural, y sabiamente interpretados para los dos, son los relatos del barón hispanista. Lo primero que harán será visitar la Puerta del Sol. Davillier contrasta la remodelación efectuada en la zona desde su anterior visita, diez años antes, y, aunque no lo menciona, ya está instalado en la Real Casa de Correos, desde noviembre de 1866, el reloj donado por el cabreirés de Iruela José R. Losada.

Va a ser, precisamente, en la calle Mayor, que desde la plaza del mismo nombre aboca a la Puerta del Sol, donde los dos viajeros encuentren a los maragatos, tipos de los “más curiosos que hay en España”, los cuales regentan diversas tiendas. Es en esta calle, en el solar del antiguo convento de San Felipe el Real, donde el maragato de Santiagomillas Santiago Alonso Cordero había levantado en los años 1842-1845 el conjunto de casas denominadas aún hoy por su apellido, y que serían el referente de la nueva arquitectura del entorno. Por otra parte, las líneas férreas iban llegando desde 1868 al noroeste español; un momento, pues, de ocaso e incertidumbre para la arriería. Davillier, como rememoración de este recorrido, va a relatar una síntesis sobre la economía y el papel del hombre y de la mujer en una casa “arriera” y, al tiempo, las características del traje regional. Atribuye a los maragatos residentes en Madrid el oficio de pescaderos y a los que ve en los caminos, de arrieros, con “las largas caravanas de mulas cargadas de mercancías que uno se encuentra en las carreteras de España”; mientras, “la maragata se queda en el pueblo y cultiva la tierra esperando su regreso”.

Doré realizará un dibujo inspirado en uno de los maragatos, que parece posar para él en el entorno de la calle Mayor, y Davillier lo acompañará con una descripción detallada del típico traje varonil:

«En su comarca, como fuera, conserva el maragato su traje regional, y éste sigue siendo hasta en sus menores detalles igual al que llevaba en el siglo XVI. Sombrero de fieltro de ala ancha, camisa de gruesa tela plisada con botones de metal, sayo sujeto con cordones de seda y ajustado por medio de un cinturón de cuero, del que cuelgan dos pequeños bolsillos, anchas bragas, que caen sobre la rodilla, y altas polainas de grueso paño negro. El maragato, que más tarde veremos en su tierra, es honrado y ahorrador, como el asturiano o el gallego».

Los dos ilustres viajeros continuarán su andadura, con su equipaje y útiles por otras ciudades y pueblos, de Ávila, Salamanca, Zamora, Valladolid, Palencia, León, y se hospedarán en Astorga un martes de 1871. Y, efectivamente, Davillier nos dará cuenta de cómo, después de abandonar la “antigua Astúrica Augusta de los romanos”, camino de Galicia conversarán amigablemente con este otro maragato al que hallarán no “en su propia tierra”, sino en la cercana de El Bierzo; que no es arriero, sino carretero. Doré lo mostrará sobre su propia carreta, y el barón hispanista se reservará para más adelante, cuando arriben al País Vasco, desahogar todo su desdén hacia “Estos pesados vehículos de macizas ruedas, que no han sufrido grandes cambios desde la época de don Pelayo”, y cuyo ruido semeja a “una multitud de arrendajos desplumados vivos”.

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