Queridos vecinos, amigos todos:
Llegáis a este Jardín que tantos secretos de amor y de confidencias esconde, que un día perdió los negrillos y hoy ha vuelto a recobrar su verdor, con el mejor adorno que nunca soñar pudo: miles y miles de leyendas, de historias fantásticas, de conocimiento, en centenar y medio de carretillos. Como peregrinos de la cultura, cuya meta será esa plaza Mayor donde la ciudad desde tiempos milenarios viene celebrando la fiesta, a veces el duelo, y casi siempre la amistad y la fraternal convivencia. Cercano a nosotros, pegado a la muralla, y después extendiéndose hasta el ferrocarril del norte y remontando el paraje de la Eragudina hasta los altozanos de Santa Clara, el barrio de San Andrés muestra su vega, su labrantío, entre los sones de las campanas, las de la torre de su iglesia y las de la espadaña del monasterio de Clara de Asís. Son días en que Miguel, y otros herederos de los labradores abonan algunas tierras y las planean para los frutos del otoño, pues ya en otras, como primicia dorada del estío, los cereales muestran su manto verde por los pagos de la Moldería Real.
Las antiguas escuelas al final de la Corredera Baja, a medio camino entre San Andrés y Santa Clara, cercanas a lo que fue, aún es en parte, el gremio de los panaderos, tienen hoy más vida que nunca, y su más alto valor es conservar el sentido de comunidad, que tanto se ha perdido: para organizar actividades lúdicas, deportivas, fotográficas y culturales, para conmemorar las fiestas patronales y los mayos, que son seña de identidad en la vecindad. Esta iniciativa de hoy, que su presidente Fernando pretende sirva como acicate para el conocimiento en la provincia de la existencia de este barrio con bella iglesia modernista y para contar con mejores dotaciones, llegará dentro de un momento a la plaza Mayor y trazará un círculo, que es símbolo de una esfera universal trazada con la sabiduría de los libros.
¿Para qué esta peregrinación desde la sede la Asociación por esa cuesta cercana a la arboleda de la Eragudina, con estos carretillos, como 150 vagoncillos de un tren que avanza lentamente, culebreando por calzadas, y despierta a su paso sorpresa y admiración? ¿Para qué la compañía de estos pendones, enhiestos como las velas de un barco bergantín, y de estos sones de castañuelas y tamboril que se templan en las dos arboledas, la de la Eragudina y esta otra del Jardín? ¿Para qué, en fin, estos miles y miles de libros, viajados en estos sencillos y útiles medios de transporte? Pues para pregonar, difundir y regalar los mejores bienes que nos pueden ayudar a comprender mejor el mundo que vivimos, a desarrollar nuestra imaginación, en suma, a dotarnos de un mayor conocimiento de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Y como una afirmación de la libertad: no en vano cuantos totalitarios ha habido y hoy perduran se han ensañado con los libros, expurgándolos, prohibiéndolos, abrasándolos en la plaza pública.
Ya en el siglo XVI el autor anónimo de esa primera obra, también expurgada por su inspiración erasmista, por su trasfondo de denuncia social bajo la apariencia de una historia divertida, el Lazarillo de Tormes, comienza con una introducción, más que aprovechable, en la que se alude a unas palabras de Plinio el Viejo. Este Plinio fue un procurador romano que hacia el año 73 de nuestra era (se dice bien, hace 1942 años) estuvo en Astorga y visitó las explotaciones del oro de las comarcas cercanas, y de tan duro trabajó nos dejó relato escrito; también una cita que ahora nos vale como reclamo publicitario, pues cuando menciona a nuestra ciudad dice de ella que era una “urbe magnífica”. Pues bien de este Plinio, como decía, el autor desconocido del Lazarillo de Tormes, a la hora de presentar la historia de este chavalillo, Lázaro, que pasa mil calamidades hasta que, a costa de su honra, consigue vivir con cierta holgura, dice lo siguiente sobre lo que va a contar:
Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y, a los que no ahondaren tanto, los deleite. Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena.
Cierto es, a veces un mismo libro para unos solo es entretenimiento, que bien está, y para otros, además, un conocimiento más profundo. Cierto es también que “no hay libro por malo que sea que no tenga alguna cosa buena”. Sobre todo porque son mensajeros de libertad, de ahí el lema con que hoy con los Arrieros reconocemos el valor de la palabra y de la cultura, porque son ellos los que han de inspirar en nuestra ciudad la convivencia y el diálogo, el progreso, el respeto a nuestros bienes patrimoniales y culturales. Eso es, libros dispuestos a llegar a cualquier mano que quiera palparlos, abrirlos, leerlos y entregarlos a otras manos: todo un símbolo de unión y de libertad.
Juan José Alonso Perandones